Una de les coses de les quals ens vantem a Catalunya és de tenir sentit de l’humor. Això és cert. Tanmateix, hi ha una gran part de la població que té una percepció, diguem-ne curiosa, del que és «sentit de l’humor». Són aquells que veuen «L’escurçó negre», doblat al català, i es pensen que són uns grans entesos en «humor britànic».
Després tenim les xarxes socials. Tuiteros i tuiteres que volien ser guionistes d’un parell o tres de programes de RAC1, i que han acabat conformant una incipient indústria de l’«stand-up comedy», que és una forma de fer riure, que no d’humor, bastant lamentable, segons el meu punt de vista —invoco la llibertat d’expressió.
Per què crec que és així? Perquè a les xarxes nostrades, a Twitter, ja fa anys que es fan coses «per les risses». Però no és res de nou. Com gairebé sempre, Joan Maragall ja havia descobert aquesta cosa de «per les risses», i n’escrigué un petit article que no només forma part del volum VII de les seves Obres Completes, publicades pels seus fills als anys 30, sinó que és el que li dóna el títol.
A Por el alma de Cataluña, Maragall descriu a la perfecció un dels mals principals de Catalunya i els catalans. I és un mal que caldria erradicar de soca-rel si és que pretenem construir qualsevol cosa.
Per aquells que estigueu pensant a comparar-me amb en Jorge de Burgos i la seva croada contra el riure a El nom de la rosa, podeu anar a regar —i potser m’hi trobeu. Mentre ho feu podem reflexionar tots sobre si tenim «sentit de l’humor» o més aviat «sentit de la rissa», i què podem fer per corregir la nostra tendència a la paròdia, que al cap i a la fi, només fa que ens parodiem a nosaltres mateixos, burlant-nos d’allò que no comprenem i creant una atmosfera de mediocritat i ordinariesa que espanta.
POR EL ALMA DE CATALUÑA
Joan Maragall, 5 – VI – 1903
El espíritu catalán tiene un vicio que lo afea mucho, y es la propensión a la parodia.
La parodia no es la ironía, pues la ironia sonríe siempre desde un punto de vista superior, mientras que la parodia remeda bajamente lo alto y hace reir con bajeza; no es el humorismo, porque en el humorismo hay una profunda ternura por los contrastes de la vida, y la parodia es seca y superficial; no es la sátira, porque la sátira es amor indignado, y la parodia es fría y estéril. La ironía puede estimular a corregirse; el humorismo templa la vida revelando piadosamente lo mezclado de lo grande y lo pequeño en ella; la sátira destruye para crear mejor. La parodia mata toda idealidad, es el triunfo de la negación: es la risa torpe con que nos libramos de todo afán ideal. ¡Qué ridículo parece siempre Faust a Mefistófeles! Pero entre nosotros es peor: el Faust catalán se parece rídiculo a sí mismo muy a menudo, porque lleva a Mefistófeles dentro de sí, como una maldición.
¡Oh! jeste nuestro sentido práctico, este buen sentido, este sentido de la realidad! ¡Qué calamidad! ]uzgados con este sentido (que ni es práctico, ni es bueno, ni la realidad es lo que muchos se figuran) iqué ridiculos son los héroes, qué tonto, hos mártires, que estrambóticos los artistas, que insensatos los entusiastas, y cuán inmensamente estúpida la multitud creyente!
•L’amor? Amb això i dos quartos
Te donaran mitja cuerna».
¡A qué risa, a qué bárbara risa, a qué risa despampanante nos han movido más de una vez estos dos versos que están, o por fuerza han de estar, en cualquier gatada o singlot o cosa por el estilo de las que tanto abundan en nuestra baja literatura! | Cuánta risa de ésta, cuánta risa mala, tiene entre pecho y espalda nuestro pueblo, y como hay que hacérsela arrojar, aunque sea extrangulándolo, si se quiere llevar a Cataluña a lo alto!
Porque he aquí cómo mata la parodia: se fija en el gesto descompuesto del hombre apasionado, lo vacia de pasión, pone en vez un sentimiento pequeño y he aquí el héroe convertido en mamarracho. Y el pueblo rie ¡infeliz! y le están matando el alma.
«La venganza catalana»: La venjança De la Tana. ¡Ja, ja, jal ¡Qué exacto, qué bien encontrado, qué divertido! Y el sentimiento catalán de lo heroico se va al diablo. El Conde de Luna, serà el conde de la Pruna, y Manfredo será Mam-fret, y Federico, Fradalicu. Y asi estamos de senyors Peres y senyoras Tuyas y Paus Bunyegas hasta la coronilla, asfixiándonos en una atmósfera de mediocridad y ordinariez que espanta.
No se trata ahora de mortificar la conciencia o la memoria de aquellos cuyo ingenio brotó en plena menestralería barcelonesa y en época en que el renacimiento catalán, en la ciudad, sólo se sentía bien vivo en las bajas regiones donde nuestra lengua quedara relegada por cuatro o cinco siglos de olvido literario casi absoluto (y lo que no fué olvido fué algo peor, como el vallfogonismo); aquellos ingenios, al fin y al cabo, siguieron el impulso tan inconsciente como natural del medio en que brotaron; y si al popularizar el renacimiento literario (lo cual fué mérito suyo) dejaron en él la grosera levadura que llevaban (viciándolo lamentablemente), fué porque no sabían lo que se hacían: no veían seguramente a dónde el renacimiento iba; no tuvieron conciencia de su misión; y ya cabe sólo agradecerles el bien que hicieron, perdonarlos el mal, y, sobre todo, reparar su desacierto.
Pero si en vez de hacerlo asi, ahora que nuestro renacimiento ha pesto su mira en lo más alto, ahora que con la difusión de los cantos populares del campo y de la montaña nuestra alma se ha integrado en lo más puro de la tierra catalana, y con el contacto de culturas extranjeras la nuestra se ha refinado y ennoblecido; si las generaciones mismas que, creyendo tener una conciencia más completa de la redención catalana, hemos trabajado en ella procurando rectificar su camino y ensanchar sus horizontes, volviéramos de pronto la espalda a nuestra misión, y en vez de acabar con lo que de impuro queda en la masa de nuestra sangre nos complaciéramos por un torpe prurito en avivarlo de nuevo haciendo dar con ello un monstruoso salto atrás al ideal renaciente, entonces nuestra culpa no merecería ya perdón, el mal causado quedaría tal vez irremediable, y podriamos ser con justicia maldecidos por las generaciones venideras cuyo patrimonio ideal habríamos arrojado al lodo; por Cataluña cuyo porvenir a sabiendas habríamos frustrado.
Damos esta voz de alerta porque síntomas recientes han anunciado la hora de dárnosla unos a otros todos, y cada uno a sí mismo. Precisamente porque nuestra cultura se ha elevado, empezamos a encontrar pequeños ciertos hechos y ridículas ciertas manifestaciones que, sin embargo, ayudaron mucho a traernos las gallinas. Procuremos dar más aire a aquéllos y más seriedad a su expresión; pero ¡cuidado con la risa destructora, cuidado con la risa mala, cuidado con la parodia, que es más pequeña que la pequeñez, menos digna que muchas ridiculeces en que puede cebarse, y más rebajadora que todas ellas reunidas!
Diga el amigo al amigo:—Trata con respeto este hecho pequeño porque puede llevar algo grande en las entrañas; trata con piedad esa voz ridicula, porque tal vez hay en ella algo de oración a lo que todos, tú mismo, más amamos. Porque cuando hayas quitado la ilusión de la virilidad (que muchas veces es la virilidad mejor) a la voz débil, y hayas dado gana de decir sólo cosas torpes a la voz varonil; cuando a la gente que nosotros (no siempre habiéndolo meditado bien) condenamos a prosa perpetua, la hayas disgustado de darse una fiesta de poesía (que para ella será tan poesía como tal vez no lo sea para ti y para mi la más alta); cuando hayas vuelto el foralero a su pan seco cotidiano, y el sietemesino a su calaverada de callejón, y a todo el que tenga algo ridículo a su casa, ¿quién quedará en la plaza pública? ¿quedaremos siquiera tu y yo?
Demasiado inclinado es nuestro pueblo a dejarla vacía; demasiado propenso a señalar maliciosamente con el dedo al que de buena fe se queda en ella; demasiado se complace nuestra gente en rebajar la altura a que no llega, y a burlarse de todo lo que no comprende.
Demasiado se ha reido del mossen senct Jordi, de los en Peres y los en Jacmes y de los pius i fius i les ninetes que valen, sin embargo, infinitamente más que todas las Silas y todos los ganyotas de todos los Castells dels tres dragons.
No demos gusto al prurito común; no cedamos a humoradas nihilistas; no fomentemos la propensión a la parodia aunque ésta quiera tomar por pretexto el corregir vicios y ridiculeces positivas, porque sería mal camino de perfección éste que es el de uno de nuestros vicios capitales.
Hay otros medios para depurarnos de linfatismos morales e intelectuales y cobrar seriedad y fortoleza; escojamos siempre aquellos que, destruyendo sólo lo que debe ser destruído, dejan salvas las fuentes de la vida. No estamos aún tan sobrados de ella que nos sea lícito cortar por lo sano.
Eduquemos con amor: salvemos por encima de todo el alma catalana.
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