Rosalía, y los pichapasás

Estas últimas semanas se está escribiendo mucho sobre Rosalía. Es lo que tienen los lanzamientos de nuevos productos. Y de los muchos artículos que se han escrito, hoy quiero confesar que me han gustado pocos.

Uno de ellos es el de Alfonso J. Ussía, en el que reclama que pueda no gustar, y denuncia el «si no te gusta es porque no lo entiendes». Lo he aplaudido de pie, ya que soy uno de los que no entiende lo de Rosalía, ni tengo por qué hacerlo, pues no me dedico a la crítica musical.

Como dije en una anotación breve –comentando otra columna de Estefanía Molina sobre la cantante–, hace tiempo que no siento nada al oír a Rosalía. Bueno, siento algo. Y ese algo lo escribió de forma genial Diego Manrique en su columna del sábado 30 de julio. Y como Manrique, que sabe mucho más de todo esto que yo, dice lo que yo pienso de forma elocuente y fácil de entender —en especial el último párrafo, que resume todo—, les animo a leer su pieza.

Y como postre, traigo la columna de hoy, domingo 31 de julio, de Jordi Amat. Tras leerla he pedido a mi esposa que si alguna vez escribo algo como eso, me eutanasie. Creo que si algún día redacto mi documento de voluntades anticipadas, voy a incluir la «Cláusula picha-pasá» —la abuela lesbiana de mi esposa acuñó el término, y me encanta. Es lo que hay más allá de «pollavieja». También creó «picha revenía». Que lástima no haberte conocido, Adela—. Lo más jodido de todo, es que Amat es un año menor que yo, pero esa columna es de un rancismo progre que echa para atrás. 

Jordi, —y gran parte de mi generación—, vamos a ver, que nosotros no somos boomers. ¿Que tiene mi generación, la que ahora celebra la nostalgia de las golosinas de zarzamora, que llora que llora por los rincones cuando le llaman boomer? ¿Cómo me las maravillaría yo para hacerte entender, Jordi, que los boomers son los padres, nuestros padres? Esto me da penita, pena… Pena de ver a hombres nacidos en democracia sintiendo «la amenaza del empoderamiento» al ver a Rosalía. No sé cómo se han criado mis pares generacionales, pero ni tengo miedo a las tetas de Rigoberta, ni me siento amenazado por el empoderamiento de las señoras, que poco me parece, y que celebro con fiesta y jolgorio.

Quizá mi madre y mis abuelas de pequeño, y ahora mi esposa —criada por una señora que huyó a Madrid de los campos en la Alemania de los 30; que siendo abiertamente lesbiana, tuvo un hijo, y se hizo cargo de su nieta cuando tenía tres meses; la crió junto con Pepi, su pareja durante décadas; que nunca ocultó su condición de mujer, judía y lesbiana—, me han ayudado a comprender muchas cosas de las que, por lo que veo, mis pares no tienen ni idea: «la mujer que se reafirma a sí misma al expresar sus sentimientos sin adaptarlos a código tradicional alguno sino descarándolos». ¿Qué quieres decir, Jordi? ¿Que una mujer puede ser ella misma? Pues no sé, felicidades, Jordi.

Me quedo con lo de Manrique, y me voy a hacer el vermú con mi madre.

PS: El título no es mío. También lo ha puesto mi esposa. Los guiños folklóricos también son compartidos.


Rosalía, una artista rompedora de estímulos fáciles, por Diego Manrique
Rosalía, donde la realidad se bifurca, por Jordi Amat

Reivindicación o significación

Hoy, Estefanía Molina publica su columna semanal, de titulo “Sudaovarismo”, en la que habla de cierta actitud feminista, y de Rosalía.

A mi Rosalía no me dice nada –creo que solamente he escuchado una canción, a través de un enlace de la columna de hoy. Se me ha quedado gravada en el cerebro durante horas. Nunca te lo perdonaré, Molina–, y quizá por ello sigo sin entender lo del gag de mascar chicle –sí, desidia… ya… what’s next?–. Y creo que lo de escribir para “patentar” palabras o conceptos, o para el “yo ya lo dije”, al final no renta. 

Por otro lado, creo que fue ayer –me van a perdonar, por favor, que sufría de migraña y no lo recuerdo bien–, que salió anunciada la nueva campaña veraniega del Ministerio de Igualdad. Como ya se ha dicho mucho, solamente me quedo con una cosa: ese cartel reivindica una cosa que ya existe en las playas españolas.

¿Por que llamarle “sudaovarismo”, cuando todo lo que implica ese neoconcepto debería ser lo normal? ¿Por que hacer toda una campaña que pretende normalizar lo que ya se da?

Una cosa es hacer las cosas para reivindicar (o normalizar), la otra es hacerlas para significarse, para hacer ver que se hacen cosas.

Catalunya i la paròdia

Una de les coses de les quals ens vantem a Catalunya és de tenir sentit de l’humor. Això és cert. Tanmateix, hi ha una gran part de la població que té una percepció, diguem-ne curiosa, del que és «sentit de l’humor». Són aquells que veuen «L’escurçó negre», doblat al català, i es pensen que són uns grans entesos en «humor britànic».

Després tenim les xarxes socials. Tuiteros i tuiteres que volien ser guionistes d’un parell o tres de programes de RAC1, i que han acabat conformant una incipient indústria de l’«stand-up comedy», que és una forma de fer riure, que no d’humor, bastant lamentable, segons el meu punt de vista —invoco la llibertat d’expressió.

Per què crec que és així? Perquè a les xarxes nostrades, a Twitter, ja fa anys que es fan coses «per les risses». Però no és res de nou. Com gairebé sempre, Joan Maragall ja havia descobert aquesta cosa de «per les risses», i n’escrigué un petit article que no només forma part del volum VII de les seves Obres Completes, publicades pels seus fills als anys 30, sinó que és el que li dóna el títol.

A Por el alma de Cataluña, Maragall descriu a la perfecció un dels mals principals de Catalunya i els catalans. I és un mal que caldria erradicar de soca-rel si és que pretenem construir qualsevol cosa.

Per aquells que estigueu pensant a comparar-me amb en Jorge de Burgos i la seva croada contra el riure a El nom de la rosa, podeu anar a regar —i potser m’hi trobeu. Mentre ho feu podem reflexionar tots sobre si tenim «sentit de l’humor» o més aviat «sentit de la rissa», i què podem fer per corregir la nostra tendència a la paròdia, que al cap i a la fi, només fa que ens parodiem a nosaltres mateixos, burlant-nos d’allò que no comprenem i creant una atmosfera de mediocritat i ordinariesa que espanta.

POR EL ALMA DE CATALUÑA

Joan Maragall, 5 – VI – 1903

El espíritu catalán tiene un vicio que lo afea mucho, y es la propensión a la parodia. 

La parodia no es la ironía, pues la ironia sonríe siempre desde un punto de vista superior, mientras que la parodia remeda bajamente lo alto y hace reir con bajeza; no es el humorismo, porque en el humorismo hay una profunda ternura por los contrastes de la vida, y la parodia es seca y superficial; no es la sátira, porque la sátira es amor indignado, y la parodia es fría y estéril. La ironía puede estimular a corregirse; el humorismo templa la vida revelando piadosamente lo mezclado de lo grande y lo pequeño en ella; la sátira destruye para crear mejor. La parodia mata toda idealidad, es el triunfo de la negación: es la risa torpe con que nos libramos de todo afán ideal. ¡Qué ridículo parece siempre Faust a Mefistófeles! Pero entre nosotros es peor: el Faust catalán se parece rídiculo a sí mismo muy a menudo, porque lleva a Mefistófeles dentro de sí, como una maldición.

¡Oh! jeste nuestro sentido práctico, este buen sentido, este sentido de la realidad! ¡Qué calamidad! ]uzgados con este sentido (que ni es práctico, ni es bueno, ni la realidad es lo que muchos se figuran) iqué ridiculos son los héroes, qué tonto, hos mártires, que estrambóticos los artistas, que insensatos los entusiastas, y cuán inmensamente estúpida la multitud creyente!

•L’amor? Amb això i dos quartos

Te donaran mitja cuerna».

¡A qué risa, a qué bárbara risa, a qué risa despampanante nos han movido más de una vez estos dos versos que están, o por fuerza han de estar, en cualquier gatada o singlot o cosa por el estilo de las que tanto abundan en nuestra baja literatura! | Cuánta risa de ésta, cuánta risa mala, tiene entre pecho y espalda nuestro pueblo, y como hay que hacérsela arrojar, aunque sea extrangulándolo, si se quiere llevar a Cataluña a lo alto!

Porque he aquí cómo mata la parodia: se fija en el gesto descompuesto del hombre apasionado, lo vacia de pasión, pone en vez un sentimiento pequeño y he aquí el héroe convertido en mamarracho. Y el pueblo rie ¡infeliz! y le están matando el alma.

«La venganza catalana»: La venjança De la Tana. ¡Ja, ja, jal ¡Qué exacto, qué bien encontrado, qué divertido! Y el sentimiento catalán de lo heroico se va al diablo. El Conde de Luna, serà el conde de la Pruna, y Manfredo será Mam-fret, y Federico, Fradalicu. Y asi estamos de senyors Peres y senyoras Tuyas y Paus Bunyegas hasta la coronilla, asfixiándonos en una atmósfera de mediocridad y ordinariez que espanta.

No se trata ahora de mortificar la conciencia o la memoria de aquellos cuyo ingenio brotó en plena menestralería barcelonesa y en época en que el renacimiento catalán, en la ciudad, sólo se sentía bien vivo en las bajas regiones donde nuestra lengua quedara relegada por cuatro o cinco siglos de olvido literario casi absoluto (y lo que no fué olvido fué algo peor, como el vallfogonismo); aquellos ingenios, al fin y al cabo, siguieron el impulso tan inconsciente como natural del medio en que brotaron; y si al popularizar el renacimiento literario (lo cual fué mérito suyo) dejaron en él la grosera levadura que llevaban (viciándolo lamentablemente), fué porque no sabían lo que se hacían: no veían seguramente a dónde el renacimiento iba; no tuvieron conciencia de su misión; y ya cabe sólo agradecerles el bien que hicieron, perdonarlos el mal, y, sobre todo, reparar su desacierto.

Pero si en vez de hacerlo asi, ahora que nuestro renacimiento ha pesto su mira en lo más alto, ahora que con la difusión de los cantos populares del campo y de la montaña nuestra alma se ha integrado en lo más puro de la tierra catalana, y con el contacto de culturas extranjeras la nuestra se ha refinado y ennoblecido; si las generaciones mismas que, creyendo tener una conciencia más completa de la redención catalana, hemos trabajado en ella procurando rectificar su camino y ensanchar sus horizontes, volviéramos de pronto la espalda a nuestra misión, y en vez de acabar con lo que de impuro queda en la masa de nuestra sangre nos complaciéramos por un torpe prurito en avivarlo de nuevo haciendo dar con ello un monstruoso salto atrás al ideal renaciente, entonces nuestra culpa no merecería ya perdón, el mal causado quedaría tal vez irremediable, y podriamos ser con justicia maldecidos por las generaciones venideras cuyo patrimonio ideal habríamos arrojado al lodo; por Cataluña cuyo porvenir a sabiendas habríamos frustrado.

Damos esta voz de alerta porque síntomas recientes han anunciado la hora de dárnosla unos a otros todos, y cada uno a sí mismo. Precisamente porque nuestra cultura se ha elevado, empezamos a encontrar pequeños ciertos hechos y ridículas ciertas manifestaciones que, sin embargo, ayudaron mucho a traernos las gallinas. Procuremos dar más aire a aquéllos y más seriedad a su expresión; pero ¡cuidado con la risa destructora, cuidado con la risa mala, cuidado con la parodia, que es más pequeña que la pequeñez, menos digna que muchas ridiculeces en que puede cebarse, y más rebajadora que todas ellas reunidas!

Diga el amigo al amigo:—Trata con respeto este hecho pequeño porque puede llevar algo grande en las entrañas; trata con piedad esa voz ridicula, porque tal vez hay en ella algo de oración a lo que todos, tú mismo, más amamos. Porque cuando hayas quitado la ilusión de la virilidad (que muchas veces es la virilidad mejor) a la voz débil, y hayas dado gana de decir sólo cosas torpes a la voz varonil; cuando a la gente que nosotros (no siempre habiéndolo meditado bien) condenamos a prosa perpetua, la hayas disgustado de darse una fiesta de poesía (que para ella será tan poesía como tal vez no lo sea para ti y para mi la más alta); cuando hayas vuelto el foralero a su pan seco cotidiano, y el sietemesino a su calaverada de callejón, y a todo el que tenga algo ridículo a su casa, ¿quién quedará en la plaza pública? ¿quedaremos siquiera tu y yo?

Demasiado inclinado es nuestro pueblo a dejarla vacía; demasiado propenso a señalar maliciosamente con el dedo al que de buena fe se queda en ella; demasiado se complace nuestra gente en rebajar la altura a que no llega, y a burlarse de todo lo que no comprende.

Demasiado se ha reido del mossen senct Jordi, de los en Peres y los en Jacmes y de los pius i fius i les ninetes que valen, sin embargo, infinitamente más que todas las Silas y todos los ganyotas de todos los Castells dels tres dragons.

No demos gusto al prurito común; no cedamos a humoradas nihilistas; no fomentemos la propensión a la parodia aunque ésta quiera tomar por pretexto el corregir vicios y ridiculeces positivas, porque sería mal camino de perfección éste que es el de uno de nuestros vicios capitales.

Hay otros medios para depurarnos de linfatismos morales e intelectuales y cobrar seriedad y fortoleza; escojamos siempre aquellos que, destruyendo sólo lo que debe ser destruído, dejan salvas las fuentes de la vida. No estamos aún tan sobrados de ella que nos sea lícito cortar por lo sano.

Eduquemos con amor: salvemos por encima de todo el alma catalana.

Qualsevol cosa

Ja fa dies que deia que la diferència entre la premsa escrita i la digital és que, a l’escrita, hi ha un límit físic que requereix una criba. En canvi, a la digital no hi ha límit. I com no hi ha límit, s’hi publica de tot. Una altra forma de dir-ho és que s’hi publica qualsevol cosa. Com els articles de Salvador Sostres.

A vegades —a vegades els bous fan cagarades, que deia l’avi—, li surt alguna cosa bona. Perquè sap escriure. Llàstima que sigui imbècil.

Aquells covards sense dignitat

La lectura de la premsa del cap de setmana va portar sensacions agredolces. Molta nostàlgia. Molt record. Molta justificació. I molta reivindicació. Fernando Savater recordant La Clave de Balbín, o Manuel Vicent parlant del «Morris verde botella tapizado en cuero rojo» dissabte, i justificant la seva pròpia (no) evolució diumenge, citant dues coses en concret als dos texts: el Barri Llatí de París i la mort de Franco com a fet alliberador.

Els dos articles de Vicent són dues de les descripcions més clares sobre la progressia espanyola (i catalana). No em malinterpreteu, el de dissabte 2 de juliol és bonic i tot. Però defineix a la perfecció a la progressia, aquells «lluitadors antifranquistes» que optaven per fotre el camp a París, i que només veien possible la llibertat «un cop mort el dictador». La progressia sociata, de l’il·liberal PSOE (per no dir antiliberal, i això és un tema que tractaré en altres ocasions), els lluitadors antifranquistes als quals el dictador se’ls va morir al llit, de vell.

«En ese momento, en la radio del Morris saltó la noticia que Franco había muerto. […] Ante el parabrisas de aquel Morris apareció la salida del sol con un horizonte sin límites. No había necesidad de huir a ninguna parte.»

«Miguel», el protagonista del text de Vicent –autoficció?–, fuig en cotxe «en la oscuridad de la noche» abandonant a la seva dona i al seu fill. I ho fa «para afirmar su personalidad, dejar el aburrimiento y medir sus propias fuerzas». «Miguel», la rata del «Miguel», fuig en un Morris, un cotxe «asociado a las manifestaciones, a las asonadas, a los gases lacrimógenos, a las pelotas de goma, a la luz cobalto dando vueltas en el capó de los furgones de la policía», perquè en «Miguel» va córrer davant dels grisos… –però dins del cotxe. En «Miguel» podriahaver assistit a la festa de Todos a la cárcel–. Però en assabentar-se que Franco ha mort, ja no vol fugir. La progressia espanyola, la progressia covarda i desgraciada que abandona a tothom, i que retorna feliç quan li convé.

M’agradaria saber com acaba la fuga frustrada de «Miguel». Voldria saber què li diu a la seva dona en arribar a casa. S’hauria despertat, ella? «Cariño, he ido a comprarte porras. Son de San Ginés. He ido en coche para poder traerls aún calentitas. Te quiero.» Després d’això, li va fer un petó? I què li va dir, la seva dona? «Y para ir a comprar porras necesitabas hacer la maleta?»? Ai, «Miguel», explica’ns com va acabar la fuga. I no siguis una merda covarda una altra vegada. Explica’ns la veritat.

Després de llegir tota aquesta nostàlgia de la progressia covarda i desgraciada, he caigut que aquesta setmana hi havia lo de l’OTAN a Madrid. Ara tot m’encaixa.

La prensa y la antesala del fascismo

Hoy, en las primeras lecturas de la prensa del fin de semana, me fijo en que muchas hablan de la degeneración de la democracia estadounidense.

Según la RAE democracia es, en lo general, “Sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por mediode representantes.”. En lo particular se define como “País cuya forma de gobierno es una democracia.”

Lluís Bassets, Máriam Martínez-Bascuñán e Iker Seisdedos —a falta de avanzar más en la lectura— comentan que la democracia agoniza en Estados Unidos. Bassets incluso llega a preconizar que “las instituciones co tramayoritarias de la democracia estadounidense […] han instalado una dictadura de la minoria republicana.”

Estados Unidos, en lo particular, no es una Democrácia sinó una República que, en lo general, se elige democráticamente a los representantes y al Presidente. Donald Trump fue elegido —y no fue revalidado— por los estadounidenses. Igual pasó con el Congreso y el Senado. Y esas instituciones ejercieron, tal como hicieron en el pasado los demás representantes, su derecho a nombrar cargos.

Que no nos guste o que no estemos muy de acuerdo —o que hasta nos de asco— con las corrientes políticas de los partidos y candidatos que ganan elecciones no es un retroceso de los sistemas democraticos, sinó que es nuestro problema.

Otro tema diferente es que el sistema haya traído candidatos cada vez más autocráticos. Pero no es culpa del sistema, sinó de la mala gestión que realizan los gobiernos y Presidentes en el cargo. Porque dejémoslo bien claro: las elecciones las pierden los gobiernos.

Bassets no se da cuenta que está plagiando a Trump: si el resultado electoral no le gusta, lo denuncia como robo o, en el mejor de los casos, lo tilda de “agonía de la democracia.” Este tipo de comportamientos es cada vez más común. Y esto, en lo general, sí que es una degradación de la democrácia. En lo particular es la antesala del fascismo.