Ahorro energético

Como el ahorro energético está de moda, hoy quiero preguntar algunas cosas. ¿Cuántos de ustedes, cuando no utilizan el ordenador de sobremesa, lo mantienen en modo “hibernación” sin apagarlo? ¿Cuántos de los que lo mantienen, lo activan justo al terminar sus tareas? ¿Cuántos se limitan a apagar el monitor? ¿Cuántos de ustedes no apagan el monitor y, simplemente, se levantan y dejan que el mismo se apague solo tras los minutos de espera? ¿Cuántos de ustedes cambian la configuración de los minutos de inactividad que deben de pasar para que el ordenador se ponga en reposo? ¿Cuántos de ustedes lo hacen con el monitor? ¿Cuántos lectores hacen eso en casa? ¿Cuántos en el trabajo? ¿Cuántos en ambos sitios?

En la oficina, ¿cuántos de ustedes dejan el ordenador encendido, en reposo o hibernado, al terminar la jornada laboral, sin necesidad de hacerlo para el teletrabajo? ¿Cuántos de ustedes lo dejan encendido, en reposo, hibernando o de cañas, durante el fin de semana? ¿Y durante las vacaciones?

En tanto a ordenadores portátiles, ¿cuántos lectores lo apagan, en vez de limitarse a bajar la pantalla? ¿Cuántos lo dejan con la pantalla subida, conectado a la corriente? ¿Cuántos de ustedes apagan el teléfono móvil por la noche y lo vuelven a encender por la mañana? ¿Cuántos hacen lo mismo con el resto de dispositivos digitales –tabletas, lectores…?

Volviendo a la oficina, ¿cuántos lectores se olvidan de apagar las luces del despacho cuando salen, ya sea a desayunar o a cualquier cosa? ¿Cuántos apagan el aire acondicionado o la calefacción? ¿Cuántos lectores se molestan en apagar los aparatos de climatización, que se encienden automáticamente, en aquellos despachos en los que no hay nadie?

Ya en casa, ¿cuántos lectores mantienen las luces encendidas en habitaciones vacías? ¿Cuántos mantienen aparatos como TV, receptores –de satélite, de TV de pago externos al router, etc.–, equipos de música… conectados a la corriente en modo stand by? ¿Cuántos se molestan en enchufarlos a una regleta y la desconectan cuando no los usan? ¿Cuántos lectores se olvidan de apagar el ventilador o el aparato de climatización –y las luces– del salón o comedor, mientras están en la cocina o en el despacho?

¿Cuántos lectores se han preocupado de instalar bombillas con control remoto, para que en activar un pulsador que conecta cuatro bombillas en un salón grande, poder apagar las que no se necesiten porque estamos en la butaca de la esquina? ¿Cuántos lectores han sustituido las bombillas de bajo consumo por bombillas LED?

Y ya para terminar, ¿cuántos de los que hacen alguna de estas prácticas han comparado las facturas eléctricas de ahora a uno, dos o cinco años atrás, y no ven cambios sustanciales en los importes que pagan? ¿Qué es, el ahorro energético, en realidad?

Lo woke es sueño, y los sueños, sueños son

Leía en El Mundo –creo que el 17 de agosto– esta noticia sobre planificación familiar en China, comparando la situación en 1979 y ahora, en 2022. En ella, se comenta que el gobierno chino va a revisar las políticas abortistas, que ahora son bastante permisivas. ¿Que por qué se van a revisar? Pues para frenar una recesión demográfica importante. Es decir, por necesidad, que fue la misma razón por las cuales se implantaron esas mismas políticas, hace más de cuarenta años.

Desde hace días que mi esposa, un amigo común –sí, es Javi, al que conoceran de otros artículos– y yo mantenemos una conversación sobre ciertos temas que tienen un aspecto en común: «lo woke». Nosotros dos, que cancelamos nuestras sendas cuentas en Twitter en otoño de 2019 –aunque recientemente yo he vuelto a las andadas–, escuchamos por primera vez el término a final de invierno de este año 2022, y lo hicimos a través de un podcast.

La ventaja de volver al mundo de las redes sociales tras estar casi tres años desconectado –no uso Instagram ni Facebook–, es que se puede apreciar mucho mejor el salto cualitativo a peor. Uno de los ejemplos es esto de «lo woke», que cuando lo ves desde fuera, te das cuenta de que es poco más que un fenómeno nacido en redes sociales de América del Norte, y que nos llega aquí con retraso.

Como tampoco tengo mucha idea, ni puñetera falta que nos hace, sobre que es woke y que no lo es, ni de los grados de wokeidad, considero que uno de los últimos ejemplos del sinsentido es el tema del aborto. La sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos de América –fuck yeah!–, la famosa «Roe v. Wade», causó un revuelo enorme, no solo en el país afectado, sino en el resto del mundo occidental. Incluso se hicieron reportajes sobre la involución democrática.

Me gustará ver cuál es la reacción del mismo mundo occidental cuando China cancele ese mismo derecho a los, aproximadamente, 700 millones de mujeres del país. Porque esto sí que será la supresión de un derecho, y no lo que pasó en América –fuck yeah!–.

Personalmente, dudo que haya reacción alguna. Y eso me genera algunos pensamientos. El primero, sería la confirmación que toda la crispación del awokeing –que no awokening, y mucho menos la forma correcta awakening–, es decir, la pretendida toma de conciencia por los problemas del mundo, es, simple y llanamente, uno de los problemas del primer mundo, donde primer mundo es Estados Unidos de América –fuck yeah!– y poco más.

El segundo es que todo este tema va ligado a lo de las batallas o cruzadas culturales, pero son batallas y cruzadas norteamericanas, que a su vez van ligadas a las peculiaridades de la sociedad norteamericana. Y esa sociedad es una sociedad con bastantes idas de olla internas, que  han degenerado hasta las locuras que vemos hoy por causa de una mala definición de la identidad. En resumen, que el concepto de batalla cultural es un nuevo producto del capitalismo financiero yankee, que en Europa no dudamos en comprar. Porque rebelarse vende —gran libro, léanlo si pueden—.

El tercero, y uno de los más importantes, es que resulta que en nuestro planeta coexisten diferentes civilizaciones al mismo tiempo. Esta perogrullada de nivel colosal sí que podría ser un bonito despertar para todos aquellos que no hacen más que repetir la vacuidad de «o $ponga_aquí_su_preferencia o barbarie». ¿Cuál civilización? La suya, claro, porque es la buena.

A ver si, al final, de lo que se trata es de estar despierto para poder ver la realidad, pero la de verdad, no la de aquellos que inventan un refrigerador de agua por Bluetooth, cuando existen las neveras. O mejor aún, los botijos.

Ah… ¿Que por qué ando poniendo Fuck yeah! cada vez que escribo América? Pregunten a Matt Damon. Y vean la película.

La sordera (y la ceguera) castellanas (II)

Decía por aquí hace unos días, citando a Unamuno y a Cervantes, que la sordera castellana hace que los castellanos sean impermeables a ciertos sonidos –y esto es literal, prueben con la equis–. Esta metáfora la podemos ver en los círculos políticos de la capital, que aún se cree Villa y Corte del imperio.

Madrid, históricamente castellana por extensión –por mucho que en los antiguos mapas aparezca en la Mancha, la corte es castellana desde hace quinientos años, recuerden la bandera nacional hasta 1931–, fue Villa, Corte y Metrópolis, por donde pasaba todo. Como buen Estado centralista de la época, todas las decisiones se tomaban desde ahí, sin apenas tener en cuenta ningún interés diferente al del poder político de la Metrópolis.

Eso se terminó en 1898. El sentimiento por el cual todo tiene que pasar por Madrid, sin tener en cuenta el resto, sigue firme, sobre todo en ciertos círculos políticos. Estos incluyen la mayoría de la prensa nacional, como demuestra la columna que se adjunta. Dicho texto es un nuevo ejemplo de la guerrilla contra el que, posiblemente, sea el nuevo Presidente del Gobierno. El tema es que la guerrilla se libra tanto desde la prensa como desde el partido del Gobierno.

El poder que aún se ve metropolitano no comprende, por esa sordera y cegueras castellanas heredadas, que el presidenciable del Partido Popular busque consensos en la periferia. ¿Por qué habría que hacerlo? ¿No estamos en España? ¿No se gestiona todo desde Madrid? Pues miren, señores y señoras de la prensa, sí, estamos en España. Pero Madrid, aunque lo pretenda, ya no es Villa y Corte con lo que conlleva. Es la capital administrativa –y una gran ciudad–, y ya.

Es urgente que los círculos políticos de Madrid, que aún creen que viven en el siglo XIX, maduren. No lo hicieron en 1899, y de aquellos polvos vinieron aquellos lodos, que sedimentaron hasta 1936. Y de ese delta y en ese lodazal, brotó la sublevación de un grupo de militares sitos, precisamente, en las últimas posesiones coloniales. ¿Es casualidad que el alzamiento se iniciara en la colonia, por parte de militares que habían participado en las últimas guerras coloniales, fuera en Cuba, en Melilla, en Marruecos o en el Rif? ¿Lo es, también, que algunos de ellos hubieran nacido en las colonias? Goded (Puerto Rico, hijo de un oficial de artillería), Cabanellas (participa en la guerra de Cuba), Queipo de Llano (ídem), Sanjurjo (ídem), Fanjul (ídem), Mola (nace en Cuba, sirve en la guerra del Rif)…

Ojo, que no estoy diciendo que los círculos políticos quieran hacer, de nuevo, un alzamiento militar o una dictadura. Digo que creen en un centralismo férreo por el cual la periferia, desde Algeciras al Ferrol y desde Badajoz a Barcelona, no pinta nada. Y por esto atacan a Alberto Núñez Feijóo.

Feijóo, que viene del Gobierno autonómico de Galicia, sabe perfectamente el peso de las autonomías –llámensele también regiones–, y que en cualquier sistema, es mucho mejor liderar con ayuda de la persuasión, que no por “ordeno y mando” –o por decreto–, como el Presidente actual, al que tanto se le afea el “cesarismo” desde la misma prensa que ahora se queja de lo contrario.

Hay que decirlo: el futuro de España pasa por las regiones. Ese debate habrá que empezarlo algún día, pero antes hay que superar del todo el centralismo decimonónico castellano. Como decía Maragall en 1902 –¡fíjense en la fecha!–, “Castilla ha concluido su misión directora y ha de pasar su cetro a otras manos.” Y eso no tiene que implicar, para nada, la destrucción de España. Es más, quizá esa cesión sea la única forma de fortalecerla.

Macarena en el Camino

Camino de Santiago cruzando Castilla. Foto por Yours Trully

Los peregrinos a Santiago nos reconocemos entre nosotros. Por las caras, por el estado de la ropa o los andares –sobre todo, los andares, «por sus andares les reconoceréis»—, son algunas de esas formas de reconocimiento mutuo y mudo en el Camino. Y también porque al llegar a las grandes ciudades, Logroño, o en especial Burgos, León y Santiago, nos entra así como una urticaria, causada por el aumento súbito de la densidad de población. Y buscamos espacios tranquilos y silenciosos. Acostumbrados a la soledad bajo el sol, y a grupos reducidos en los albergues, cuando llegas a una ciudad todo te incomoda. Ya no el asfalto, sino la gente y sus prisas, a las que ya te has desacostumbrado.

Los peregrinos sabemos otra cosa: que al llegar a Galicia, la densidad de población del Camino aumenta de forma espectacular. Ya desde la cima del Cebreiro, pero especialmente desde Sarria, que es el sitio tradicional de inicio para aquellos que quieren la Compostela, la acreditación conforme se han completado como mínimo cien quilómetros a pie y, por consiguiente, se ha realizado el peregrinaje.

Al ver a toda esta gente que llega fresca, limpia y con ropa de estreno, la sensación que tiene el peregrino con más de setecientos quilómetros en las piernas, que ha atravesado España literalmente; que ha bajado de los pirineos y cruzado el Ebro y llegado a Burgos; que ha parado en cierto bar de Santo Domingo de la Calzada a desayunar torrijas –buenísimas, Macarena, pero hay que ir pronto, que vuelan–; que ha cruzado dos pequeños desiertos, el páramo leonés y la tierra de campos, pasando por pueblos de los más pequeños de España, sin nada a la vista más que el horizonte; que tras atravesar los Montes de Oca, casi se mata bajando los Montes de León; que ha sudado en la purificación final del Cebreiro para ser recibido en el seno esmeralda de Galicia; cuando estos peregrinos se encuentran con toda esa gente limpita y con ganas de cháchara, decía, se produce una reacción como la del agua y el aceite: van juntos, pero no se mezclan. Porque no son lo mismo.

El Camino de Santiago empieza en la puerta de tu casa. Pero nos cuentan todas las historias que fue el eje vertebrador de España. Primero desde Oviedo, y a medida que la conquista territorial —y reconquista solo religiosa— avanzaba hacia el sur, así lo hacía la ruta, que servía de frontera no oficial. Tampoco nos debe pasar por alto la unión, más que simbólica, entre Pamplona, Nájera, Burgos y León –todas capitales de los reinos de Navarra, Castilla y León, y panteón real–. Además, fue el principal influjo de circulación cultural y de ideas. Hoy tenemos múltiples rutas además del tradicional Camino Francés.

Macarena Olona ha anunciado que «va a hacer el Camino de Santiago», pero desde Sarria. Es muy instructivo que la que fue una de las figuras del partido defensor de España, el mismo partido que recuerda y celebra las leyendas de las apariciones del santo patrón en Clavijo, se limite a hacer los últimos cien quilómetros. Y encima, anunciándolo en los periódicos.

El Camino es un proceso y una construcción interior, que requiere soledad e introspección, porque solo en ese silencio y soledad –relativa en otoño, aunque pueden probar a hacerlo en invierno y con nieve como mi amigo Javi– se dan las condiciones necesarias.

En mi segundo Camino, en 2015, cuando era moderadamente independentista, compartí un par de jornadas con un votante de VOX en Guadalajara. Para más diversión, era el 10 o el 11 de septiembre. Salimos desde Belorado y nos separamos poco antes de llegar a San Juan de la Peña. Se nos unió un vasco. Fíjense si es divertido, que hasta parece un chiste: «un indepe, un vasco y uno de VOX van por el Camino de Santiago un 11 de septiembre…»

Nos paramos a almorzar y a hacer chupitos. Estuvimos hablando de política lingüística, a raíz de una multa que le pusieron en una de sus visitas a Granollers con su club de balonmano, su deporte; de cuanto nos robaba España a todos, y terminamos acordando que, lo que nos habían robado estaría escondido, enterrado bajo un sembrado al lado del camino que estábamos haciendo; y que había que reflotar a España y la independencia de Cataluña podría ser un revulsivo. Desmontarla para luego poder montarla un poco mejor. Y nos entendimos, y nos reímos, y nos ayudamos. Nos conocimos y hablamos. O al revés, que es lo mismo.

Toda esta metáfora del Camino nos va a ser muy útil para ver la realidad de Olona, y VOX, respecto a España. Muchas palabras, mucho anuncio y mucho alarde. Mucho ruido. Pero cuando de verdad hay que cruzar literalmente España, patearse esa España vaciada que tanto dicen tener en mente, eligen hacer solamente los últimos cien quilómetros, porque para ellos, se trata conseguir el papelito.

Uno de los mantras recientes es el de «¡que viene VOX! ¡Que vienen los fachas!». Sí, pero resulta que vienen desde Sarria.

La generación más enfadada de la historia

Uno de los momentos estelares del sábado es cuando, sentados una al lado del otro en la mesa de la cafetería, con el periódico abierto, llegamos a la columna de Ana Iris. Al llegar ese momento el diario se dobla, dejando a la vista únicamente el texto que cada uno lee en solitario, y que luego comentamos. Últimamente, la tertulia que sigue nos ocupa el resto del desayuno. A veces nos dura hasta el domingo y más.

La del sábado pasado, día 13 de agosto, fue recurrente. Ya hace unos cuantos días que andamos comentando lo que dice la juventud, los que ahora andan entre los 20 y los 30, que anda enfurruñada por lo mal que lo hemos dejado todo. 

Por todos lados vemos que no pueden acceder a ciertas cosas, como por ejemplo un empleo digno o una casa en propiedad. La argumentación es que, a pesar de ser la generación más preparada, no consiguen un trabajo digno, porque lo de ser mileurista ya no es ni siquiera un insulto.

Simón responde con su columna a la tertuliana Elisa Beni —nacida en 1964–, que dijo que no se puede tener todo —«viajar al extranjero, salir de copas, comprar caprichos y comprar una casa…»—. Ana Iris dice que por mucho que se renuncie a esas cosas, no se llega a una entrada de un piso decente. Luego argumenta con que optar por Netflix y viajes frente a una casa no es una elección libre, sino impuesta por el capitalismo financiero, que «nos hace rechazar aquello que no nos deja tener».

Situar la responsabilidad de la situación propia en factores externos es humano. El capitalismo global seguramente tenga cierta responsabilidad en habernos vendido muchos cuentos, a precio de tinta de impresora. Pero la responsabilidad de comprarlos fue, es y será siempre nuestra.

Beni, la tertuliana, decía que «en otras épocas, nuestros padres compraban la casa y no salían a los bares, se sacrificaban». Pero Beni —que es diez años más joven que mis padres—, y también Simón, se olvidan de una cosa. No es que la generación de mis padres no salieran a los bares. Es que tenían dos y tres trabajos —y más—, que era lo que les permitía salir adelante y ahorrar. Y con ese ahorro que conseguían a través de años, al final les daba para la entrada del piso.

Del pluriempleo hablaron en su tiempo hasta los tebeos. Me vino el recuerdo de Plurilópez, personaje creado por Tran para Bruguera —y que tiene algunos cameos con Mortadelo y Filemón—, a finales de los años 70, que es justo cuando nacemos los de mi generación.

Constancio Plurilópez es un hombre increíblemente pluriempleado, siempre corriendo a fichar en un trabajo cuando apenas acaba de fichar en la salida del otro, hasta el punto de que tiene que aprovechar para comer algo mientras está sirviendo en uno de sus empleos de camarero.

En España, en 1995, hubo una campaña publicitaria que generó fiesta y jolgorio. La del Renault Clio y los «JASP», los jóvenes, aunque sobradamente preparados. En él, jóvenes recién salidos de la universidad toman el control de grandes empresas, cambiando el estilo naftalínico por la frescura y la novedad; o bien les son denegadas sus demandas de mejora laboral «tras seis años trabajando 12 horas diarias, además de tocar en un bar por las noches y aprender inglés y alemán». Me gustaría decir que esa fue mi generación, pero no lo fuimos. Eran nuestros hermanos mayores, que aún teniendo «seis años» de experiencia laboral, seguían chocando con las estructuras vetustas y monolíticas del pasado. Supongo que el discurso les va a sonar, ni que sea de lejos.

El conflicto generacional es eterno. Yo leí esas dos palabras en otro tebeo, de Zipi y Zape, una serie de tiras cómicas que trata justa, sola y específicamente de eso. Toda generación lucha para encontrar su sitio en el mundo, y esa lucha es contra la generación que ya consiguió su lugar, y que no está dispuesta a cederlo porque tuvo que lucharlo. Y así todo. 

A los «chicos dos mil», como dice Pedro Herrero, que veníamos de ver a los JASP y queríamos molar, nos vendieron el mundo del low-cost. Viajes tan baratos, que podías ir a Budapest a desayunar y volver, y lo más caro del «viaje» era el desayuno. Mi generación, al llegar a los treinta, fuimos los primeros en poder ir de fin de semana a Londres, París, Viena, Praga o a cualquier capital europea, con nuestro sueldo de 166.386 pesetas, 1000 euros cuando se adoptó la moneda en 2002. Y también hay quien pedía créditos rápidos de los que anuncian por la tele, al 18-25 % de interés, para irse de vacaciones.

Nos quemábamos el sueldo sin ahorrar, y muchos tuvimos la suerte de tener unos padres que nos cedieron sus ahorros para que pudiéramos comprar nuestro piso. Muchos de nosotros, un par de años antes de que nos explotara la burbuja inmobiliária en la cara y nos pegáramos la hostia contra la realidad del «habéis vivido por encima de vuestras posibilidades». Sí, irse a desayunar a Milán y volver, si no eres millonario, es vivir por encima de nuestras posibilidades. 

Pero aquí estamos. Con nuestras suscripciones a Netflix y a Amazon —y a Disney, y a Filmin, y a HBOmax, y a AppleTV, y a la abuela fuma—, con nuestros mismos sueldos que hace veinte años —el sueldo de mi categoría profesional en 2004 era de 1000, y en 2022 es de 1100— y con la misma actitud de quemarlo todo y viviendo al mes, sin apenas ahorrar. La primera generación más ensimismada de la historia no hemos aprendido nada.

Los mileniales, los centeniales, los zeta y el resto que vendrán, tienen sus problemas, como todos. Son los primeros en vivir una realidad inmediata, en la que puedes comprar una cosa ahora por internet —«ahora» son las 11:15 del lunes 15 de agosto, festivo—, y recibirlo en la puerta de tu casa en entre una y cuatro horas después, según donde vivas.

¿No se puede ahorrar para pagar una casa en propiedad? Igual es que eso de tener piso en propiedad fue un cuento, bastante caro, que nos vendieron. Deberíamos hablar de qué generación fue la primera que pudo comprar pisos, cuando y a partir de qué circunstancias sociales. 

¿Aumentan la ansiedad y el suicidio? Hablemos de como se gestiona la generación de expectativas en el siglo XXI. Hablemos del daño que hace la satisfacción inmediata, de la entrega en dos horas —y monto el cirio si tardan 10 minutos más—; de relaciones sexuales exprés —ver el escaparate, like, quedar, follar, hasta nunca y a casa—. 

Hablemos de enseñar —y aprender— a posponer la gratificación. Hablemos de por qué antes se ahorraba durante cinco o diez años para la entrada del piso, y de que cada vez hay menos gente dispuesta a hacerlo. ¿Tiene entre 25 y 30 años y no se pudo independizar? Bienvenidos al mundo y pónganse a la cola, tras los que tuvieron que esperar hasta los 30 para conseguir una hipoteca en 2004-7.

Hablemos de por qué ya cada vez se planifican menos las cosas a cinco o a diez años, y ya casi nadie planifica a quince o veinte —o a treinta o cuarenta, si hablamos de montar una familia—. Hablemos, en resumen, de pensar que el mundo te debe algo cuando, en realidad, no te debe ni tan solo una chocolatina.

Una parte importante de los que integran las generaciones jóvenes están enfadadas con el mundo. No es de extrañar en aquellos que llegaron a la edad adulta como los indignados del 15M —Stephane Hessel vendió muchas copias de su Indignez-vous!—. Enfadarse es normal, pero hasta cierto punto. Al igual que el resto de la humanidad, su trabajo es hacerse su lugar en el mundo, luchando sus batallas, con las herramientas que tengan más a mano, y los conocimientos que puedan sacar de sus mayores. 

No les daré consejos, aunque sí que les pido que dejen de estar tan enfadados, porque no vale la pena y es una pérdida de tiempo —y al final no te aguanta ni tu madre—. Y que aprendan de mi generación, que es una fuente insondable de sabiduría de lo que no debe hacerse: quemarse el sueldo en fiestas y viajes de fin de semana, para luego tirar de los ahorros de nuestros mayores. Porque ¿saben qué?, tras quemarlo todo, mi generación sí que tiene muchos números para ser la primera en no tener pensión, pese a haberlo apostado todo a tenerla.

Yo, que ya soy un señor mayor, digo que cualquier tiempo pasado fue anterior, y posiblemente una mierda. El futuro no pinta muy halagüeño, pero tampoco seremos los primeros en cantar «no future». Y si están hartos de que les digan que espabilen, espabilen.

Carta al director del Diari de Sabadell

A principis d’enguany, la meva esposa i jo vam patir una agressió antisemita a Sabadell, en ple carrer i a la llum del dia. Pocs dies després, ella va enviar un text al Diari de Sabadell, en format de carta al director, que no es va publicar. Divendres 29 de juliol vaig enviar jo una altra carta sobre els fets, que com tampoc s’ha publicat, m’autopublico jo, perquè es veu que aquests fets no tenen interès més que per aquells qui els pateixen. Normalitzar certes actituds, ara que a la ciutat hi han arribat grups neonazis, no sé si és un bon pla. Potser en parlarem després de les eleccions.


Fa gairebé set mesos vaig patir la meva primera agressió antisemita. La meva esposa i jo caminàvem pel carrer de l’Escola Industrial, cap a casa després d’haver fer unes compres, un divendres al matí. De cop vaig sentir un crit: «Visca Palestina lliure!». Aquestes expressions no són de les que s’escolten de sobte, un divendres qualsevol al matí, al mig del carrer.

Ella es va posar nerviosa i es va enfadar, i va girar-se. Però qui ho havia dit ja hauria marxat. El fet és que al principi, el crit em va colpir, però vaig sentir que no era una cosa a la qual havia de respondre. 

Un cop a casa vaig començar a preguntar-me coses. Què fa que algú vegi una persona caminant tranquil·lament pel carrer, i en veure que porta una peça de roba que l’identifica com a membre d’una comunitat religiosa decideixi, en instants, que mereix ser escridassat de forma pública i notòria? 

Que l’impulsa a agredir, amb un eslògan que implica certes coses, a algú que ni coneix, ni sap qui és, ni ha vist mai, ni té la més mínima idea dels seus punts de vista sobre el conflicte arabo-israelià?

Cal respondre, aquestes agressions verbals? Què passaria si en comptes d’una parella de jueus de mitjana edat, amb un home ben alt, com jo, el cridaner s’hagués topat amb una parella de jueus d’edat avançada? S’hauria atrevit a cridar? S’hauria limitat a cridar?

S’ha de permetre aquest antisemitisme públic als carrers de la nostra ciutat? Si a aquests crits hi afegim l’arribada de grups obertament neonazis a la ciutat, podem, els jueus de Sabadell, circular de forma lliure pels carrers de la nostra ciutat, sense por?

Perry Mason en El Mundo

Hoy, la misma columna de opinión de El Mundo© la escribe de nuevo Iñaki Ellakuría. El mismo que quisiera ser Federico, pero que no pasa de plumilla novato. ¿Que por qué yo, un don nadie, se atreve a llamar «plumilla novato» a un columnista diario de El Mundo? Pues porque se lo merece. Y porque hace poco que he leído Don Timoteo o el literato y ando un poco envalentonado. Y porque Ellakuría comete errores de novato, que intentaré elucidar. Y porque como suscriptor de la edición digital, soy yo quien participa su sueldo.

Pero antes, explicaré que es esto de « la misma columna de opinión de El Mundo©». Desde hace ya unas semanas, coincidiendo con las vacaciones de Los Santos y Espasa, y el inicio del verano, en El Mundo cada día se publica la misma columna de opinión. La escriben personas diferentes, pero es siempre la misma: el tema de actualidad que toque —donde «actualidad» es igual a «el presente que no comunica nada en absoluto»— con menciones a «los golpistas catalanes» y «los de la ETA». Da igual de que hablen, ni como. Siempre, cada día, se mencionan esos dos temas. 

En la columna del miércoles 10 de agosto, Ellakuría empieza con la izquierda radical y añade el independentismo, la espada de Bolívar, la ley trans, un informe de Amnistía Internacional sobre Ucrania , el 1 de octubre de 2017 —doble combo—, una gincana lamentable en Cataluña —¡triple bonificación!—, y lo resume todo como la batalla soviética contra la civilización occidental. Ese es el error de novato.

Cuando empezamos a escribir tenemos tantas cosas que queremos contar, que nos atropellamos y acabamos hablando mucho y diciendo nada —como Don Timoteo—. Por eso, en un curso de escritura de verano sobre corrección y estilo, una de las primeras cosas que nos dijo el profesor fue que un texto debe trabajar alrededor de un tema. Máximo dos. Y cada párrafo, una idea.

Como me dice mi Maestro Javier —aunque no con estas mismas palabras—, que Amnistía Internacional es una fachada de cartón piedra y detrás solo hay el vacío mercenario, eso lo sabe hasta Perry.  De la vacuidad que rodea al tema de la espada de Bolívar ya hablaremos otro día. Pero si Ignacio realmente quería despotricar de AI, y ligarlo con el tema ucranio, podría haber usado el ejemplo de los informes mercenarios sobre la situación en Gaza.

Hamás lleva años no solo escondiéndose, sino situando sus baterías de misiles —con las que ataca a la población civil de Israel, contraviniendo así la Convención de Ginebra con cada proyectil—, refugiándose y situando las baterías, decía, en escuelas y guarderías repletas de menores, a los que convocan masivamente cuando creen que van a por alguno de sus cabecillas criminales.

Pero en vez de buscar símiles que tengan concordancia con el tema, y el título, de la columna, Iñaki quería hablarnos de muchas cosas, y acabó mandando al pobre Bolívar a la gincana de mamadas bananeras en la costa del Maresme. Como cuando éramos blogueros, repite mi Maestro, y publicábamos un artículo diario «de lo que fuera». La diferencia entre nosotros e Ignacio, es que él cobra unos buenos euritos, y nosotros somos unos felices don nadie.

PS: a Ignacio debo agradecerle que me haya provocado el descubrimiento del significado de «eso lo sabe hasta Perry». Esa frase se la oigo decir y la leo a varios, y me tenía fascinado. «¿Quién, o qué, será Perry?», me preguntaba… ¡No es otro que Perry Mason! Gracias Ignacio, al final tu columna no fue del todo irrelevante.

PPS: visto lo visto, yo también quisiera publicar una columna en algún medio, ni que sea local o provincial. Acepto sugerencias.

Corbates i quaranta anys d’estalvi

Ja fa dies que corre la conyeta de la corbata del Presidente. I mentre uns fan la broma, els altres amenacen de fer el que els surti dels nassos, els d’allà diuen que la llei s’ha de complir, i la resta anem patint fogots a mitja tarda, la casa sin barrer, que diuen.

Per sort encara hi ha gent normal que diu coses de gent normal, com en Manel, que es pregunta –o jo dic que crec que ell es pregunta– si tots aquests canvis que hem de fer seran suficients o no. Jo només sé que en aquest país solem anar a la contra, i si qui mana diu que hem de valorar tancar l’aixeta, l’obrim encara més.

Aniré un xic més enrera que en Manel, i recordaré –als més vells– les campanyes d’estalvi d’aigua als anys vuitanta: mentre et rentes les dents, no cal tenir l’aixeta oberta. Penso que sembla mentida que encara ara, quaranta anys després, encara calgui recordar-ho. Després recordo que “la gent” és imbècil –tot i que “les persones” són bastant raonables–, i que estem a l’agost, i que cada dia queda menys per l’assumpte de Gibraltar, i em passa.

Una nova unitat espanyola

Els darrers mesos, l’opinió política espanyola és monocromàtica. No sé si deu ser cosa de l’estiu, però de fa setmanes que a El Mundo sempre fan la mateixa columna d’opinió a les primeres pàgines, firmi qui la firmi. Deu ser una mena d’exercici literari.

En qualsevol dels texts, que poden tractar de qualsevol tema —que pot ser l’onada de calor, les corbates del consell de ministres, la guerra a Ucraïna o l’Eurocopa femenina—, els columnistes sempre hi colen alguna referència al tema català. Siguin els indults, o el famós 25%, la falsa desjudicialització, la taula de diàleg… sempre hi ha la referència. I no és mai una referència amable.

L’opinió política, que es crea principalment als mitjans, està encallada amb Catalunya. I no només aquesta opinió pública, sinó també el discurs polític. Recordeu si no Alberto Núñez Feijóo, acabat d’arribar a la presidència del Partido Popular, amb el tema de les nacionalitats. Tothom se li va tirar a sobre, començant per la tertúlia digital. L’espanyolitat d’Espanya ha de ser fèrria i total.

Avui us porto l’article «La patria nueva» de Joan Maragall. Perquè aquesta «patria nueva» no és —almenys no només—, com podríeu pensar, la catalana, sinó l’espanyola.

Recordeu —i a ser possible rellegiu— el segon article d’aquesta sèrie, El futur de Catalunya, on Maragall explica als espanyols què és el catalanisme, en què consisteix i com podria ajudar a la regeneració d’Espanya després de la desfeta de 1898.

A l’article d’avui Maragall ens parla de matonisme parlamentari. Ens cita a Francisco Romero Robledo, ministre de governació i responsable de la tupinada electoral de 1879, i pregunta al lector si aquest opositor al sufragi universal podria ser més espanyol que qualsevol altre diputat català o basc, que emmudeixen davant «un matonismo parlamentario o de tertulia que habla rotundamente en nombre de España, que da y quita patentes de patriotismo» i un parell de coses més que us deixo per llegir.

I no només això, sinó que parla de «la vasta necrópolis nacional» —el Congreso de los Diputados—, on els crits de «¡Separatista!» segueixen a qualsevol comentari en veu baixa —perquè els qui els fan no saben imposar-se— dels diputats de les zones vives. Abans que l’hipotètic lector espanyolista s’encengui, recordem que el text està escrit el 1903, i que els termes de vida i mort es refereixen a la situació postdesfeta, la mort de l’imperi.

I abans que els, també hipotètics, lectors independentistes aplaudeixin ferotgement, deixeu-me també citar a l’articulista quan defineix els errors del catalanisme de llavors —que són els mateixos d’ara—, quan diu que «la juventud catalana idolatra por encima de todo a Cataluña […] Y ve en esta Cataluña una gran misión, para la cual necesita de toda su pureza; necesita concentrarse y vivir exclusivamente su vida propia para ser modelo de pueblos en la vida internacional de una humanidad futura […] una hermosa variedad adaptada a la varia naturaleza de las tierras, con un lazo íntimo de amor que sea la única unidad de todos los pueblos del mundo…»

A Catalunya, el 2022, hi ha qui encara creu que Catalunya és la clau de volta a Europa. Des que Prat de la Riba va expressar aquest messianisme a «La nacionalitat catalana», no ha faltat generació que s’hi deixés emportar. El problema aquí és que aviat farà dos-cents anys, d’això, i encara continuem atrapats en aquests somnis de la renaixença. Aquests somnis de joventut del catalanisme, com els defineix Maragall, s’han de vèncer: «Vencer el impulso de apartamiento en que nació; vencer sus rencores y sus impaciencias, y vencer un hermoso ensueño.» Vèncer, però no destruir.

Si a Catalunya es pogués articular un catalanisme ja adult, sense somnis de grandiositat, però amb empenta i ganes de treballar; si a Espanya hi hagués un nou espanyolisme que lluités contra tots els vicis nacionals sense irritar l’amor propi, també nacional, que es funda en ells; no es podria arribar a «una nova unitat espanyola, vivaç i fecunda», que ens portes a tots cap endavant?

Lamentablement no pot ser. Com ja sabem tots, Catalunya està trencada i cal recosir-la. El que sí que continua sent vàlid és que Espanya, per regenerar-se i crear aquesta nova unitat espanyola –que no d’España–, i arribar a una nova espanyolitat amable i inclusiva, s’haurà de recolzar en les regions. I la que jo veig més preparada i viva és Andalusia.

Ja per acabar, us deixo amb l’article original, complet i sense corregir, que per més divertiment, Maragall data l’onze de setembre de 1903.


LA PATRIA NUEVA

(Joan Maragall, 11 – IX – 1903)

Para que el catalanismo se convirtiera en franco y redentor españolismo seria menester que la política general española se orientara en el sentido del espíritu moderno que ha informado la vida actual, no sólo de Cataluña, sinó también de algunas otras regiones españolas progresivas. Mientras todas ellas continúen gobernadas por el viejo espiritu de la España muerta; mientras decir politica española equivalza a decir absorción, fraseologia, y administración contra el contribuyente entregada por el favor a tantos altaneros mendigos (por no decir cosa peor) de levita, es imposible que ninguna región civilizada de esta España sea sincera y eficazmente espanolista.

Pero cabalmente estas regiones —se objeta— son las que deben transformarla creando una politica y una administración nuevas y adecuadas a su espíritu y a sus necesidades, siendo españolistas de una España moderna que ha de ser su obra, y que habrán de amar como fruto de sus entrañas.

Esto se ha dicho mucho, y parece imposible que no se haya hecho ya: tan natural y lógico se presenta a la razón; y como el no haberse hecho y el persistir a causa de ello el desvío de aquellas regiones, parece abominable egoismo o perjuicio criminal de su parte, hay que decir de una vez las causas de su inacción.

La primera de estas causas es la inferioridad politica actual de dichas regiones (que están en pequeña minoría) en frente del viejo espiritu central representativo de la gran masa de la España muerta y que, caduco y todo, vacio, momificado, tiene todavia una superioridad, sinó suficiente ya para hacer política alguna positiva, bastante aún para neutralizar, para destruir, o, lo que es peor, para corromper toda iniciativa salida de aquellas pequeñas porciones de España que, al trabajar en su desarrollo económico y social, han abandonado, por descuido o por inercia, la función política en manos que han resultado ajenas.

Aquí hay algo vivo gobernado por algo muerto, porque lo muerto pesa más que lo vivo y va arrastrándolo en su caída a la tumba. Y siendo ésta la España actual, ¿quién puede ser espaholista de esta España, los vivos o los muertos?

En una España tal, un Romero Robledo, por ejemplo, parece y es en realidad más español que cualquier diputado o ministro vascongado o catalán cuya solidez de criterio o rectitud de intención enmudecen y se acobardan o transigen ante un matonismo parlamentario o de tertulia que habla rotundamente en nombre de España, que da y quita patentes de patriotismo, y que anatematiza urbi et orbi, como filibustero, todo impulso de vida que intenta penetrar en la gran momia política. El hueco anatema resuena grandiosamente por los ámbitos de la vasta necrópolis nacional, ahogando el grito de vida aislado en la pequeña región de los vivos que no saben gritar. —Zona neutral… —¡Separatismo! —Concierto económico. —¡Separatismo! —Organismos autónomos. —¡Separatismo!… —¿Cómo podemos ser españolistas de esta España? Helo ahi el dualismo tremendo.

Tremendo, si; pero ¿irremediable? ¿irreductible a una nueva unidad española vivaz y fecunda?

Descartemos la solución providencial, la de un hombre que surge y lo arregla todo: esta solución cabe esperarla siempre, a condición de no contar nunca con ella. Descartemos también una revolución, porque ni hay fuerzas para hacerla ni mucho menos para resistirla una vez hecha: seria el salto en las tinieblas… internacionales.

Descartado el milagro y el salto mortal, queda la voluntad paciente de los hombres que, sin embargo, bien necesita la ayuda de Dios y de muchas cosas imprevistas si ha de realizar en España esa maravilla; reedificarlo todo sin derruir nada, para que no venga abajo la casa entera.

Los españoles nuevos han de improvisarse politicos, alternando con los politicos viejos, y hacerse consentir por ellos sin contaminarse de su espiritu; han de introducirse en los organismos caducos sin ser repelidos por los mismos, trabajarlos fuertemente sin que les queden en las manos hechos polvos, y sanearlos lentamente sin perecer entretanto en su mefítica atmósfera; han de crear una opinión pública moderna empezando por crear intereses y necesidades modernas en la masa de un país casi africano; han de luchar contra la ignorancia sin soliviantarla, contra la pereza y la inhabilidad sin descorazonarla, contra todos los vicios nacionales sin irritar el amor propio nacional que se funda en ellos y precaviéndose de su contagio. Han de sufrir desencantos sin desanimarse, tremendos retrocesos y volver a empezar con la misma constancia que si hubieran avanzado; improperios, calumnias y amenazas de aquellos mismos a quienes quieren redimir; y mostrarse valientes sin lucha. Y por encima de todo ello han de resignarse a no ver fruto alguno de su obra, y legarla a nuevas generaciones por si pueden llegar a realizarla; estando al mismo tiempo preparados a que cualquier día fuerzas exteriors vengan a destruirla definitivamente en sus propias manos.

Tales han de sentirse los españolistas de la nueva España; y han de buscarse entre sí y encontrarse al través de las regiones (pues la distinción entre las vivas y las muertas no es rigurosamente geográfica), y una vez se hayan encontrado formando legión, han de llenarse de amor por aquello que les repele, y lanzarse a confundirse con ello por si logran crear la nueva unidad al través de tantas y tan duras pruebas.

Comparando con esto, una revolución es un juego de niños; una guerra de sucesión cómodo atajo; una anexión extranjera fácil expediente y la aparición del hombre providencial probabilisimo milagro; porque es más fácil que salga un hombre que mil, y más frecuente y menos azarosa una revolución, una guerra, una intervención extrangera que toda una dad heroica.

Así, pues, nada tendría de extraño que hubiera en la España viva más autonomistas, más separatistas y más extranjeristas que buenos españoles; porque ser buen español al uso parlamentario es fácil cosa: basta con cruzarse de brazos y dejar que España se hunda al son de los retruécanos; mientras que para ser buen español a secas se necesita ser héroe.

Pues bien, el catalanismo para ser españolismo ha de ser heroico, y su primera heroicidad ha de ser la mayor; vencerse a sí mismo. Vencer el impulso de apartamiento en que nació; vencer sus rencores y sus impaciencias, y vencer un hermoso ensueño.

La juventud catalana idolatra por encima de todo a Cataluña: no ve tierra como esta tierra: su pueblo como pueblo escogido, y la lengua que habla bella como ninguna. Y ve en esta Cataluña una gran misión, para la cual necesita de toda su pureza; necesita concentrarse y

vivir exclusivamente su vida propia para ser modelo de pueblos en la vida internacional de una humanidad futura: una humanidad de pequeñas nacionalidades puras que se agrupen por afinidades sin mezclarse, formando una hermosa variedad adaptada a la varia naturaleza de las tierras, con un lazo íntimo de amor que sea la única unidad de todos los pueblos del mundo…

Hay que vencer este ensueño, no destruirlo, porque los ensueños de la juventud siempre son fecundos en realidades.

Solamente hay que decir a nuestra juventud que no quiera con su ensueño impedir o maldecir la obra que el momento reclama urgentemente; que, si sigue soñándolo con intensidad, su ideal vendrá por todos los caminos, y que siempre, por un divino misterio, el camino de la necesidad es el mejor camino de libertad de todos los ideales.

Esto diremos a nuestros jóvenes. Y a los viejos de la España vieja les diremos: —Ved ahora cuánto tenemos que ganar o que perder en la heroica empresa. Podéis todavía tiranizarnos, calumniarnos, oprimirnos, escarnecernos… No importa. De uno u otro modo os venceremos, porque llevamos dentro un impulso de victoria y hemos olvidado toda otra cosa—.

—Sois cuatro inocentes, cuatro locos, cuatro criminales de lesa patria–nos contestarán incoherentemente;-pero ¡ay! de vosotros; porque nosotros somos los ministros, nosotros los consejeros, nosotros los generales, nosotros los jueces, los directores, los hábiles, los oradores, los cimientos y puntales, en fin, de la vieja patria española.

A lo cual contestaremos riendo: —Pues nosotros somos los que hacen patrias nuevas.

La sordera castellana

Decía don Miguel que el castellano —no confundirlo con el español— es duro de oído, y que por eso le resulta difícil comprender lenguas como el portugués o el catalán. No encontré la cita que quería, que prometo seguir buscando, pero les dejo con otra, parecida, que me sirve casi igual:

Lo que hay es que el oído castellano, por una larga mala educación, está deseducado, occidentado en vez de orientado al ritmo complejo y rico.

(Carta de Unamuno a Francisco de Cossio, del 24 de diciembre de 1914, citada en el estudio de las poesías de don Miguel que hizo Manuel García Blanco)

En Vida de don Quijote y Sancho, su interpretación/explicación del Quijote, Unamuno cierra el comentario del capítulo cuarenta y siete —es aconsejable leerlo antes— de esta forma:

Acertaste, fiel escudero, acertaste; la envidia y solo la envidia enjauló a tu amo; la envidia disfrazada de caridad, la envidia de los hombres cuerdos que no pueden sufrir locura heroica, la envidia, que ha erigido al sentido común en tirano nivelador. Esclavos de él eran el canónigo y el cura, ¡es natural!, y se pusieron a departir aparte, ensartando el primero, un sin fin de ramplonadas y oquedades a cuenta de literatura.

¡Y cuán profundamente castellana fue aquella plática entre canónigo y cura! En el contacto y trato de estos espíritus alcornoqueños, lejos de gastárseles el corcho de que están recubiertos, se les acrecienta, como con el roce crece, en vez de menguar, el callo. ¡Qué alegría debieron de sentir al encontrarse tan razonables el uno para el otro! Está visto que esta casta solo llega a lo eterno humano, a lo divino más bien, o cuando rompe, gracias a la locura, la corteza que le aprisiona el alma, o cuando la simplicidad lugareña le rezuma el alma de ella. No le falta inteligencia, si no le falta espíritu. Es brutalmente sensata, y el supuesto espiritualismo cristiano que dice profesar no es, en el fondo, sino el más crudo materialismo que puede concebirse. No le basta sentir a Dios, quiere que le demuestren matemáticamente su existencia y aún más, necesita tragárselo.

Esta sensatez, esta necesidad de demostración matemática, esta, en fin, sencilla cuadriculación del pensamiento, son los males que el español castellano ve en el calvinismo —y por extensión en el protestantismo, o viceversa— europeo. La «Pérfida Albión» no lo es por malvada, sino por seguir queriendo pesar en onzas cuando aquí ya se pesa en gramos. El castellano se queja del «cabeza-ladrillo» cuadriculado del norte de Europa, pero solo porque aquel no quiere usar su cuadrícula. No es que sean dos modelos diferentes, es que son lo mismo, cada uno viéndose en el otro en el espejo.

El castellano, que es sordo a ciertos sonidos —como por ejemplo la «x» de Sanxenxo—, está convencido que solamente lo que él oye, que no es aquello que suena, es la verdad. La cosa es que no es sordera física, la que le aqueja. Es sordera de la que se cura con ejercicio. Pero ¿qué ejercicio necesita quien ya tiene una salud de hierro? Pues eso.