Pablo Casado y Castilla

Pablo Casado Blanco nació en Palencia. Antes de llegar a liderar el Partido Popular, fue diputado por Ávila en dos ocasiones. Pablo Casado es un buen castellano. Y como buen castellano, ejerció su castellanidad dirigiendo el PP desde él mismo.

Quiso hacer y deshacer a su antojo desde el centralismo director, y terminó defenestrado. Y no solamente eso, sino que al llegar al final de su caída, parece como si se lo hubiera tragado la tierra.

El Partido Popular y el ascenso y declive de Casado puede ser una buena metáfora para España. El ansia castellana de hacer y deshacer a antojo, sin escuchar a nadie más, al final tensa tanto las cosas que provoca rotura y ruptura.

Sin embargo, cuando desde los centros de decisión se da libertad para que se actúe según el criterio de cada región, que por estar presentes en el terreno tienen más datos y presencia, la cosa fluye y no se rompe nada. Vean Castilla y León, Madrid y Andalucía. No se ha roto nada. Justo al contrario.

España no se va a romper si no se sigue intentando dirigir todo desde la óptica y concepto castellanos, centralistas e intervencionistas, unificadoras al fin. La unidad, a veces, no necesita unificación. Lean Fuenteovejuna, pero lean de verdad, y comprendan. Aprendan porque “Fuenteovejunica lo mató”, al Comendador. Aprendan porque fueron todos a una.

Lo decía Maragall en 1902: Castilla debe ceder el cetro, y las regiones pujantes, como Andalucía —esto no es de Maragall, sino mío—, deben recoger el relevo y llevar España hacia adelante. Hoy, lo único que puede romper a España son la sordera y la ceguera castellanas, y el hiper centralismo de la Corte.

Comentario a tres columnas de prensa: naftalina, reciclaje y presentismo barato

Final de agosto. Mientras algunos esperamos aún “lo de Gibraltar”, que parece que no llega, somos pocos los que leemos el periódico. Las diferentes cabeceras van cargando más o menos relleno y, por eso, el verano acostumbra a ser una oportunidad para aquellos autores que, durante el año, no tienen tanta presencia.

No ha sido así este último fin de semana de agosto, en el que hemos tenido primeros espadas, o los titulares, o los pesos pesados o cualquier símil con cualquier deporte o manifestación cultural. Vamos, gente que escribe por profesión, a la que se le supone cierto bagaje, experiencia y capacidad.

En El País del domingo 28 de agosto, Elvira Lindo firmaba una columna sobre la ley de libertad sexual, como se han escrito muchas en los últimos días. La cosa es que a Lindo parece que se la ha comido su personaje de progre ochentera, de “¡Olé tus huevos, Felipe!” y chaqueta de pana que huele ya a naftalina. No solamente por sus menciones al destape, sino por recordarnos, una y otra vez, el dichoso tema de los crucifijos. Nos lleva al lugar común de “lo antiguo, lo rancio, es tener crucifijos en la cabecera de la cama”. Y sí, es tan rancio y antiguo como que ya lo decían los de la PSOE de los años 30. A ver si va a ser que el olor a naftalina rancia nos llegue de las chaquetas de pana.

No contenta con esto, la autora tira de esas técnicas y recursos literarios que pretenden dar gato por liebre: poner el verbo al final de la frase. Lo hace en dos ocasiones, la peor de todas en este párrafo:

Es curioso cómo de pronto un hecho provoca una respuesta colectiva, una toma de conciencia, que deriva en protesta, que se convierte en clamor, que presiona a la clase política, que transforma el lenguaje legislativo y moderniza la actuación del aparato de la justicia. En mi opinión, es esta una ley transversal; siendo mayoritariamente mujeres las afectadas, confío en que muchos hombres, cada vez más, entiendan que a todos favorece.

Dejando de lado que en la primera frase —de cuarenta y cuatro palabras y cuatro comas— hace mención específica y literal a la cultura woke —una toma de conciencia—, ese “entiendan que a todos favorece” al final haría las delicias —es decir, los horrores— de, por ejemplo, Miguel de Unamuno, que en diferentes ocasiones retrata a quienes usan ese recurso para hacer ver que saben escribir.

Cambiamos de autor, pero no de publicación. También el domingo, pero en el suplemento El País Semanal. Juan José Millás escribe una especie de microrrelato, a raíz de una foto que muestra una calle, con aspecto muy rural. Millás hace un ejercicio descriptivo, poético, hasta metafórico, de la calle.

El extranjero auténtico es aquel que sucede en el interior de los paisajes cotidianos cuando logramos que se vuelvan extraños.

Es muy bonito, poético y hasta metafórico, pero en realidad no quiere decir nada. Luego sigue:

La calle de la foto nos resulta familiar porque hemos visto cientos o miles parecidas, pero al mismo tiempo está llena de misterio.

A mí, la calle también me pareció familiar, pero no por haber visto una parecida, sino porque vi exactamente la misma foto en otro reportaje, en el mismo suplemento, no hace ni dos meses. La lástima es que ya tiré el ejemplar, y en la web de El País no encuentro el artículo. Sea como sea, da la impresión de que se pagó un dinerito por el uso de la imagen, y había que amortizarla.

Y ya como último ejemplo, cambiamos de acera y nos vamos a la edición de ABC del pasado lunes 29 de agosto. Concretamente, a la primera página, a un artículo de Pedro Fraile Balbín, Catedrático de economía –le acompaño en el sentimiento– de la Carlos III. Se titula “Los regeneracionistas, otra vez” y, en él, Balbín lanza una perorata sobre la tontería que es intentar regenerar España con las ideas. Dice que nos dejemos de tonterías y que nos concentremos todos en “regenerar la libertad de mercado y las instituciones que lo sustentan.” Como Umbral, Balbín viene a hablarnos de su libro, que para eso es Catedrático de Economía. Les dejo la cita entera aquí.

Balbín, a su vez y para apoyar su tesis, cita un artículo de Benito Arruñada, también Catedrático de Organización de Empresas –para que luego digan que las ciencias sociales son una máquina de titulaciones absurdas– en la Pompeu Fabra. El problema es que tanto Balbín como Arruñada son de ciencias, y claro, pasa lo que pasa —les queremos igual—. Lo que no se le puede perdonar a Balbín es que se equivoque en algo tan sencillo como una resta.

Si leen con atención, el Catedrático de Economía comenta escritos de diferentes intelectuales, para luego decir que esos intelectuales ignoraban, cuando no despreciaban, el análisis económico, lo que les impedía hacer conocer y analizar “nuestra” realidad social. Balbín, que cita obras escritas entre 1890 y 1911 —como el Idearium español de Angel Ganivet de 1895, que Unamuno rebatría luego de forma magistral—, se queja de que los autores citados desconocían las mejoras profundas hechas en los 50 años anteriores a 1936.

1936-1890=40, Catedrático Balbín. Las obras citadas nunca podrían hablar del resultado de un desarrollo económico que se produjo después de escribirlas. Aún cuando el artículo de Ortega se escribió 25 años antes de 1936, dudo mucho que ni Balbín ni ningún coetáneo, Catedrático o no, conozca mejor la situación de la meseta castellana de esos años que aquellos que la visitaron o incluso habitaron. Uno de ellos fue, de nuevo, Unamuno, que relata no solo la pobreza de su suelo, sino las migraciones de sus habitantes, que tenían que dejarlas por no poder sacar buen rendimiento.

Balbín —y Arruñada, del cual me he leído el artículo, también, del cual hablaré en otra ocasión— practica ese error tan y tan común que es el “presentismo”. Esto es, hablar de las cosas del pasado con el conocimiento que tenemos hoy sobre las mismas. Y no solamente eso, sino que basan su crítica en obras escritas antes de hecho que sustenta su teoría. Si hubieran leído a Larra, podrían usar mejores citas. Pero es que son Catedráticos… que le vamos a hacer.

Así pues, señoras con chaqueta de pana en el verano más caluroso de los últimos chorrocientos años, poniendo verbos al final de la frase; escritores que re-aprovechan fotos de stock con metáforas vacías, y Catedráticos haciendo trampas y quejándose de que unos señores escribían sobre el presente sin saber aquello que sucedió en el futuro.

Luego, que si la prensa escrita está en crisis…