La cosina de la Bandini i les relacions humanes

A la columna de Quim Monzó a La Vanguardia del 6 de desembre, l’autor intenta fer una nova reprensió a les generacions joves, sobre la seva cultura de la queixa perpètua. En la meva opinió, no és un article encertat. No sé si dic això perquè vaig gaudir de la contraportada d’El País de tres dies abans, on s’entrevistava a la cosina de Rigoberta Bandini —de la qual ni en recordo el nom, i per intranscendent ni el buscaré—, que es queixava perquè era molt difícil relacionar-se amb els homes i amb el sexe.

Quim Monzó escrivint a La Vanguardia. Recreació gràfica.

I té raó. També té raó quan diu que els homes de la seva generació tenen unes expectatives sobre el sexe basades, si no totalment en gran part, amb la pornografia. Jo afegiria que gairebé sempre ha estat així. La diferència és que la meva generació ha sigut la darrera —o de les darreres— en haver de sortir de casa per obtenir porno.

Ja visquessis a poble o a ciutat, no anaves a la papereria prop de casa, perquè tothom et coneixia. El descobriment del porno venia amb les excursions, amb els viatges que permetien intentar colar-se a la part del darrere d’un videoclub, o en un quiosc. És a dir, que a la meva generació, el porno ens va influir justet en el descobriment del sexe. Vam haver d’enfrontar-nos al cos de l’altre sense gaire idea —però molta més que els nostres pares, i sobretot àvies—.

Plantar-se davant d’algú, despullat, no és gens fàcil. I si a sobres no saps el que vols, encara és més complicat establir una relació, tinguis divuit anys, vint-i-cinc o quaranta. El temps i les errades aporten experiència, i ajuden no només a saber què vols, sinó sobretot, allò que NO vols. Ah, i anar a teràpia també ajuda. He de dir que a mi em va anar molt bé.

Ja fa anys, però, que tenim porno disponible les 24 hores dels 7 dies de la setmana, els 365 dies a l’any. Al podcast d’Extremo Centro en van fer un capítol on se’n parla molt i mol bé, del tema. Però pel que fa a aquest text, entenc que els homes joves tinguin un cacau impressionant al cap pel que fa a les preferències sexuals. Sobretot, perquè són preferències que venen determinades pel mercat de la pornografia a Internet, que és un dels mercats que mouen més diners de tot el món. Un mercat que no entén res més que aquests diners, i que treballa per multiplicar-los. Com en tots els sectors, se’ns dirà que l’oferta hi és perquè hi ha una demanda. Això és l’èxit més gran de la ciència mercadotècnica, i una mentida sideral. En el millor cas possible, ens trobaríem davant del dilema entre l’ou i la gallina.

Per tant, i per no semblar un home vell cridant als núvols, com en Monzó, us dic, dones joves, que el món de les relacions humanes és complicat, i a vegades una merda. Però no és novetat. No sou pioneres en trobar, i superar, aquesta mena de dificultats. La literatura i el cinema van plens, des de fa segles, d’exemples del pas de l’infantesa a l’edat adulta. I és maco i necessari que sigui així. Quan no ho sigui, voldrà dir que els humans ja integrem massa experiències del passat, dels qui ens han precedit, en néixer, i ens hem, o estem, tornat més màquines: del «ja sé kungfu» de Matrix a «ja sé follar bé», quin horror!

I vosaltres, homes joves, deixeu de pensar en què el món real és allò que hi ha al porno d’Internet. Parleu amb les vostres parelles, pregunteu-los, i sobretot, sigueu vosaltres mateixos. Quan sou vosaltres mateixos i actueu des del vostre cor, poques vegades podreu fallar. I si falleu, és normal. Apreneu. Sapigueu que en aquesta vida:

  • Fareu mal.
  • Us faran mal

I que això forma part de la vida normal, i que ho heu d’integrar, però no deixeu que us dexineixi. I també forma part de no ser un psicòpata. Homes joves, no sigueu psicòpates. Si us plau.

Ja per acabar, el millor d’aquella contraportada d’El País va ser la columna de Savater, titulada «Quejas». Sublim…

Desresponsabilización

Escribo estas notas a raíz del artículo «La unificación de doctrina del supremo solo afectará a una parte menor de los casos», sobre la famosa ley «solo sí es sí», publicado en El País el 19 de noviembre de 2022.

A menudo, cuando vemos que alguien va a cometer un error, o que puede causar algún perjuicio, ya sea a ellos mismos o a terceros, pensamos que es mejor no intervenir, que «así aprenderá». Esta des responsabilización es, en ocasiones, peligrosa.

Bajo la falsa premisa de «como a mí no me afecta, no voy a decir nada» se dejan pasar atrocidades. La (pen)última, la ley conocida como «solo sí es sí», que tras su aprobación, ha empezado a activar el circuito de solicitudes de revisión de penas, previsto en nuestro sistema legal.

Las leyes tienen un proceso de redacción, debate y aprobación, y es así por algo. Se ha escrito mucho y muy bien sobre todo lo que ha fallado en este proceso legislativo. Pero hoy quiero —y deberíamos todos— incidir en una salvaguarda importante que ha fallado: la responsabilidad.

La ley del solo sí es sí se ha hecho por parte de una serie de personas que, se está demostrando, son totalmente ineptas para ejercer cualquier cargo de una mínima responsabilidad pública. Y no porque no comparta sus postulados políticos, sino porque tras la entrada en vigor de dicha ley, España es un lugar menos seguro para todos. Violadores confesos están viendo como se les rebaja la pena de prisión, y los que están en ciernes verán como desaparecen los alicientes para no abusar sexualmente de mujeres. Si van a poder irse de rositas, ¿para qué cortarse?

Cuando alguien promueve cambios de este calado de forma no habitual, con procedimientos abreviados y sin consultar cómo van a aplicarse los cambios y como van a afectar estos a las condenas firmes, se le tiene que frenar y corregir. No sirve el «así aprenderá, pegándose una hostia». Porque en casos como este, quien se va a pegar la hostia, somos nosotros, como sociedad. Y como sociedad, no podemos permitirnos pegarnos este tipo de batacazos.

Por esto no pueden permitirse estos cambios por el método abreviado, sin un debate a fondo de todo lo que conlleva el cambio. Pero igual de deleznable ha sido la actitud pasiva del Gobierno, del que cada día hay que sospechar más que no ha actuado con toda la buena fe que se le debería suponer, y que ha permitido llegar a esta situación, porque beneficia al partido, ya que «así se pegan ellos la hostia».

La irresponsabilidad, en este caso, no existe. Los políticos deberían dejar de querer ser como Su Majestad, que no mantiene ninguna responsabilidad por sus actos, y comportarse como lo que son. Ciudadanos normales con un cargo público, a los que se ha elegido para liderar el país y tomar decisiones y que, por tanto, tienen un nivel de responsabilidad muy superior al resto de nosotros. Y nosotros deberíamos responsabilizarnos también de nuestras decisiones, y responsabilizar al legislador por las suyas, cuando toque. Cuando alguien, cualquiera, hace las cosas mal, se le reprende. A los señores y señores diputados, los primeros.

Como aprovecharse del sentimiento de culpa: adoptaunabuelo.com

Hace cosa de un año o dos descubrí una iniciativa que me encantó. Diferentes residencias y casas de ancianos se coordinaron para ponerse en contacto con gente variada, sin relación previa con ellos, para que estas mandaran cartas y postales a los residentes.

Una iba a la web del proyecto, y veía una lista con los mayores y algunos de sus temas preferidos —programas de televisión, o que comida les gustaba… cosas sencillísimas—, para así poder entablar una correspondencia.

Esa iniciativa se lanzó en Estados Unidos de América, y por el momento no encontré nada parecido en España para acompañar a esos mayores que viven en residencias y en casas que, por muy asistidas que estén, la vida allí no debe ser muy agradable. Hasta hace poco pasaba por delante de una residencia en mi camino a casa, y solo con verles «aparcados» en el salón, se me partía el alma.

Y justamente alma es lo que no tienen en adoptaunabuelo.com, una web que me ha descubierto mi esposa. La primera impresión es pensar «¡por fin!», pero cuando empiezan a pedir datos y tienes que poner tu mensaje en un formulario web, empiezan a saltar las alarmas.

Pero es que cuando ya has puesto el correo electrónico, el teléfono, la localidad de residencia y los idiomas que hablas, la web te lleva a una página en la que te piden una aportación económica mínima, anual (50 €) o mensual (5 €). Con eso, te dicen, ayudarás a que «el servicio sea gratuito para los abuelos». Como si encima de estar solo, tuvieras que pagar para recibir un mensaje en un formulario web.

Seguramente, esto que acabo de describir no constituya ningún tipo de delito ni de estafa, pero aprovecharse de personas mayores solas para sacar dinero a quien quiere colaborar para mitigar esa soledad, es de una bajeza moral considerable.

Política irresponsable

A menudo, cuando vemos que alguien va a hacer alguna cosa errónea, o que puede causar perjuicios, ya sea a quien va a realizar esa acción o bien a terceros, pensamos que es mejor no intervenir, ya que «así aprenderá». Esta des responsabilización es, en ocasiones, peligrosa. Ya sea por la excusa del «con las hostias se aprende», o bajo la falsa premisa de «como a mí no me afecta, no digo nada», se dejan pasar verdaderas atrocidades. La última es la Ley de Garantías de Libertad Sexual.

Las leyes tienen un proceso de redacción y aprobación, y ese proceso es así por algo. Se ha escrito mucho y muy bien sobre todo lo que ha fallado en este proceso legislativo. Hoy quiero, y debo —y deberíamos todos—, incidir en la otra salvaguarda que ha fallado: la responsabilidad individual y colectiva.

La ley de «solo sí es sí» la ha hecho una serie de personas que, como se está viendo, son totalmente ineptas para ejercer cualquier cargo con una mínima responsabilidad pública. Gobernar —porque forman parte del Gobierno— no significa hacer lo que les venga en gana, sino trabajar para todos y cada uno de los ciudadanos. Pero, como digo, cuando uno rompe más cosas de las que arregla, es un inepto. Y no lo digo porque no comparta sus postulados políticos, sino porque tras la entrada en vigor de la ley, España es un lugar más inseguro. Violadores confesos van a ver como se les rebaja la condena, y los que están en ciernes verán que, si van a poder irse de rositas, ¿para qué cortarse?

Cuando se promueven cambios que, según todas las advertencias, pueden ser de este calado, se le tiene que frenar. No sirve lo de «así aprenderán», porque en estos casos quien se pega la hostia, pero de verdad, somos nosotros mismos, como sociedad. Y no nos lo podemos permitir. Por eso, no debería poder hacer cambios de tanta afectación «por el método abreviado», saltándose un debate de fondo de todo lo que conlleva esos cambios.

Y aquí entra la actitud pasiva del Ejecutivo (y los demás grupos que han dado su apoyo), que sospecho que puede no haber actuado con toda la buena fe que se le debería suponer, ya que ha permitido llegar a esta situación. Porque igual puede beneficiarle a nivel de partido, puesto que «así se pegan ellos la hostia». El PSOE lideró grandes cambios legislativos en el pasado —divorcio, aborto, matrimonio homosexual…—, y por eso se le supone cierto saber hacer las cosas bien. Y las cosas no se han hecho bien, por lo que en este caso no existe la irresponsabilidad.

Los políticos deberían dejar de querer ser como Su Majestad, cuyos actos no tienen responsabilidad alguna, y comportarse como lo que son: personas normales a las que se las ha elegido para liderar el país y tomar decisiones. Y por esas decisiones, el resto de los ciudadanos deberíamos responsabilizarles cuando toque. A unos por el estropicio que está causando, y a los otros por no haber impedido llegar hasta aquí.

Bon Nadal: 24 i 25 de desembre de 1914

Ni a Catalunya ni a Espanya se sol celebrar l’onze de novembre, el dia en què es va signar l’alto el foc que portaria el final de la Primera Guerra Mundial. Potser per la neutralitat en aquell conflicte, o potser per ser una celebració pròpia de països anglosaxons.

Personalment, mai m’havia interessat massa fins a enguany. Visitant França, Irlanda, Anglaterra o el Canadà, sí que em vaig fixar en els monuments i amb les ofrenes florals, amb les roselles descolorides. Però per mi, el final de la Primera Guerra Mundial sempre havia sigut el detonant de la següent. Com sempre, aquestes percepcions canvien amb el temps i l’interès que es posa en aquesta «percepció».

Posant interès i ampliant coneixement, hom descobreix la diferència entre «percepció» i «realitat» i que, més que «detonant», el Tractat de Versalles va ser una excusa barata. Però aquest tractat no és el tema del Dia de l’Armistici, perquè una cosa és el que es va acordar l’onze de novembre de 1918, i un altre tema molt diferent és el Tractat de Versalles, signat sis mesos després.

El tema important, la celebració, és el final d’un dels conflictes més absurds de la història humana. I tampoc va de l’absurditat de les guerres que marca la doctrina antimilitarista —per la qual, si a Catalunya fóssim mínimament coherents, ens portaria a celebrar aquest armistici in full regalia—. Va de la pèrdua de milions de vides en una guerra per conquerir trinxeres situades a cent metres de distància. D’una guerra sense cap mena d’objectiu que no fos avançar aquells cent metres.

Experts, no sortiu amb els temes d’estratègia militar, ni amb la importància o la conveniència de mantenir les posicions, ni de com els comandants van manegar els diferents fronts. Al seu moment potser tenia sentit per a ells, però amb el temps cada cop es veu més clar que va ser una absurditat tremenda. I una de les demostracions és que, avui, el concepte «guerra de trinxeres», o si es vol «guerra de desgast», s’associa a discussions i debats estèrils, en què totes les posicions opten per no retrocedir ni un mil·límetre en un debat qualsevol.

Aquella absurditat, aquest genocidi generacional perpetrat per tots els comandants del conflicte, s’ha retratat en un munt de pel·lícules. Una d’elles és «Joieux Noël», de 2005. Recorda l’alto el foc no oficial del dia de Nadal de 1914 en què, a diferents parts del front, els soldats van decidir deixar les armes i trobar-se en terra de ningú. Ens porta al front a prop de Lens, a les trinxeres d’alemanys, francesos i escocesos. Personatges principals, dos nois de prop de Glasgow que decideixen allistar-se i el capellà del poble que vol acompanyar-los; un tenor conegut alemany; i un lloctinent francès de família bé. La pel·li no cal explicar-la, convido als lectors a veure-la.

Experts, no insistiu a dir que no es mostra fefaentment el nivell de les trinxeres alemanyes i la desigualtat amb, per exemple, les franceses. La crítica ja va anar a aquest nivell de detall quan es va estrenar, i al final es perd el missatge: allò va passar, i al cap de breus dies, tots els batallons implicats es van desmantellar, i es va enviar als soldats als fronts més cruents —Verdun i el front oriental—, com a càstig.

Acusar a tots aquells milers de soldats de traïció, i, per tant, afusellar-los a tots, no s’entendria fora dels cercles militars. I menys encara si no s’explicava l’estratègia de les trinxeres —més incomprensible encara—. Per això se’ls va enviar a un escorxador encara més eficient on, segurament, tots ells van acabar morts aquell mateix hivern.

És un cop vista aquesta pel·lícula —o altres, com Paths of glory— que cal tornar a llegir de nou la poesia i les vivències dels que van viure la guerra. No només dels que van ser al front, sinó també dels que no hi van anar, però van patir aquell genocidi generacional terriblement absurd. És només després de ser conscients de tot l’horror que van comportar les trinxeres de la Primera Guerra Mundial que es pot comprendre de veritat The Wasteland, de T.S. Eliot, o la brutalitat amagada a simple vista de Suicide in the trenches, de Sigfried Sasoon.

«El Tema» del dia de l’armistici són els gairebé nou milions de soldats morts en aquella «Guerra per acabar amb totes les guerres». El «tema» de l’onze de novembre és recordar aquells soldats enviats a l’escorxador. Els joves enviats a la guerra dels vells. Els joves humils —i no humils— morint de gana i fred el Nadal de 1914 mentre la generació anterior seguia a casa, brindant amb xampany davant de galls dindi rostits.

El lema emprat a tota la Commonwealth, Lest we forget —perquè no ens n’oblidem—, és una petició a no oblidar els sacrificis del passat. A no oblidar els noms de gairebé tota una generació completa de nanos per tot el món que, al voltant dels vint anys, va acabar enterrada als camps i les trinxeres d’Europa, com escrivia John McRae a In Flanders fields:

We are the dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved and were loved, and now we lie,
In Flanders fields.

Pablo Casado y Castilla

Pablo Casado Blanco nació en Palencia. Antes de llegar a liderar el Partido Popular, fue diputado por Ávila en dos ocasiones. Pablo Casado es un buen castellano. Y como buen castellano, ejerció su castellanidad dirigiendo el PP desde él mismo.

Quiso hacer y deshacer a su antojo desde el centralismo director, y terminó defenestrado. Y no solamente eso, sino que al llegar al final de su caída, parece como si se lo hubiera tragado la tierra.

El Partido Popular y el ascenso y declive de Casado puede ser una buena metáfora para España. El ansia castellana de hacer y deshacer a antojo, sin escuchar a nadie más, al final tensa tanto las cosas que provoca rotura y ruptura.

Sin embargo, cuando desde los centros de decisión se da libertad para que se actúe según el criterio de cada región, que por estar presentes en el terreno tienen más datos y presencia, la cosa fluye y no se rompe nada. Vean Castilla y León, Madrid y Andalucía. No se ha roto nada. Justo al contrario.

España no se va a romper si no se sigue intentando dirigir todo desde la óptica y concepto castellanos, centralistas e intervencionistas, unificadoras al fin. La unidad, a veces, no necesita unificación. Lean Fuenteovejuna, pero lean de verdad, y comprendan. Aprendan porque “Fuenteovejunica lo mató”, al Comendador. Aprendan porque fueron todos a una.

Lo decía Maragall en 1902: Castilla debe ceder el cetro, y las regiones pujantes, como Andalucía —esto no es de Maragall, sino mío—, deben recoger el relevo y llevar España hacia adelante. Hoy, lo único que puede romper a España son la sordera y la ceguera castellanas, y el hiper centralismo de la Corte.

Comentario a tres columnas de prensa: naftalina, reciclaje y presentismo barato

Final de agosto. Mientras algunos esperamos aún “lo de Gibraltar”, que parece que no llega, somos pocos los que leemos el periódico. Las diferentes cabeceras van cargando más o menos relleno y, por eso, el verano acostumbra a ser una oportunidad para aquellos autores que, durante el año, no tienen tanta presencia.

No ha sido así este último fin de semana de agosto, en el que hemos tenido primeros espadas, o los titulares, o los pesos pesados o cualquier símil con cualquier deporte o manifestación cultural. Vamos, gente que escribe por profesión, a la que se le supone cierto bagaje, experiencia y capacidad.

En El País del domingo 28 de agosto, Elvira Lindo firmaba una columna sobre la ley de libertad sexual, como se han escrito muchas en los últimos días. La cosa es que a Lindo parece que se la ha comido su personaje de progre ochentera, de “¡Olé tus huevos, Felipe!” y chaqueta de pana que huele ya a naftalina. No solamente por sus menciones al destape, sino por recordarnos, una y otra vez, el dichoso tema de los crucifijos. Nos lleva al lugar común de “lo antiguo, lo rancio, es tener crucifijos en la cabecera de la cama”. Y sí, es tan rancio y antiguo como que ya lo decían los de la PSOE de los años 30. A ver si va a ser que el olor a naftalina rancia nos llegue de las chaquetas de pana.

No contenta con esto, la autora tira de esas técnicas y recursos literarios que pretenden dar gato por liebre: poner el verbo al final de la frase. Lo hace en dos ocasiones, la peor de todas en este párrafo:

Es curioso cómo de pronto un hecho provoca una respuesta colectiva, una toma de conciencia, que deriva en protesta, que se convierte en clamor, que presiona a la clase política, que transforma el lenguaje legislativo y moderniza la actuación del aparato de la justicia. En mi opinión, es esta una ley transversal; siendo mayoritariamente mujeres las afectadas, confío en que muchos hombres, cada vez más, entiendan que a todos favorece.

Dejando de lado que en la primera frase —de cuarenta y cuatro palabras y cuatro comas— hace mención específica y literal a la cultura woke —una toma de conciencia—, ese “entiendan que a todos favorece” al final haría las delicias —es decir, los horrores— de, por ejemplo, Miguel de Unamuno, que en diferentes ocasiones retrata a quienes usan ese recurso para hacer ver que saben escribir.

Cambiamos de autor, pero no de publicación. También el domingo, pero en el suplemento El País Semanal. Juan José Millás escribe una especie de microrrelato, a raíz de una foto que muestra una calle, con aspecto muy rural. Millás hace un ejercicio descriptivo, poético, hasta metafórico, de la calle.

El extranjero auténtico es aquel que sucede en el interior de los paisajes cotidianos cuando logramos que se vuelvan extraños.

Es muy bonito, poético y hasta metafórico, pero en realidad no quiere decir nada. Luego sigue:

La calle de la foto nos resulta familiar porque hemos visto cientos o miles parecidas, pero al mismo tiempo está llena de misterio.

A mí, la calle también me pareció familiar, pero no por haber visto una parecida, sino porque vi exactamente la misma foto en otro reportaje, en el mismo suplemento, no hace ni dos meses. La lástima es que ya tiré el ejemplar, y en la web de El País no encuentro el artículo. Sea como sea, da la impresión de que se pagó un dinerito por el uso de la imagen, y había que amortizarla.

Y ya como último ejemplo, cambiamos de acera y nos vamos a la edición de ABC del pasado lunes 29 de agosto. Concretamente, a la primera página, a un artículo de Pedro Fraile Balbín, Catedrático de economía –le acompaño en el sentimiento– de la Carlos III. Se titula “Los regeneracionistas, otra vez” y, en él, Balbín lanza una perorata sobre la tontería que es intentar regenerar España con las ideas. Dice que nos dejemos de tonterías y que nos concentremos todos en “regenerar la libertad de mercado y las instituciones que lo sustentan.” Como Umbral, Balbín viene a hablarnos de su libro, que para eso es Catedrático de Economía. Les dejo la cita entera aquí.

Balbín, a su vez y para apoyar su tesis, cita un artículo de Benito Arruñada, también Catedrático de Organización de Empresas –para que luego digan que las ciencias sociales son una máquina de titulaciones absurdas– en la Pompeu Fabra. El problema es que tanto Balbín como Arruñada son de ciencias, y claro, pasa lo que pasa —les queremos igual—. Lo que no se le puede perdonar a Balbín es que se equivoque en algo tan sencillo como una resta.

Si leen con atención, el Catedrático de Economía comenta escritos de diferentes intelectuales, para luego decir que esos intelectuales ignoraban, cuando no despreciaban, el análisis económico, lo que les impedía hacer conocer y analizar “nuestra” realidad social. Balbín, que cita obras escritas entre 1890 y 1911 —como el Idearium español de Angel Ganivet de 1895, que Unamuno rebatría luego de forma magistral—, se queja de que los autores citados desconocían las mejoras profundas hechas en los 50 años anteriores a 1936.

1936-1890=40, Catedrático Balbín. Las obras citadas nunca podrían hablar del resultado de un desarrollo económico que se produjo después de escribirlas. Aún cuando el artículo de Ortega se escribió 25 años antes de 1936, dudo mucho que ni Balbín ni ningún coetáneo, Catedrático o no, conozca mejor la situación de la meseta castellana de esos años que aquellos que la visitaron o incluso habitaron. Uno de ellos fue, de nuevo, Unamuno, que relata no solo la pobreza de su suelo, sino las migraciones de sus habitantes, que tenían que dejarlas por no poder sacar buen rendimiento.

Balbín —y Arruñada, del cual me he leído el artículo, también, del cual hablaré en otra ocasión— practica ese error tan y tan común que es el “presentismo”. Esto es, hablar de las cosas del pasado con el conocimiento que tenemos hoy sobre las mismas. Y no solamente eso, sino que basan su crítica en obras escritas antes de hecho que sustenta su teoría. Si hubieran leído a Larra, podrían usar mejores citas. Pero es que son Catedráticos… que le vamos a hacer.

Así pues, señoras con chaqueta de pana en el verano más caluroso de los últimos chorrocientos años, poniendo verbos al final de la frase; escritores que re-aprovechan fotos de stock con metáforas vacías, y Catedráticos haciendo trampas y quejándose de que unos señores escribían sobre el presente sin saber aquello que sucedió en el futuro.

Luego, que si la prensa escrita está en crisis…

Ahorro energético

Como el ahorro energético está de moda, hoy quiero preguntar algunas cosas. ¿Cuántos de ustedes, cuando no utilizan el ordenador de sobremesa, lo mantienen en modo “hibernación” sin apagarlo? ¿Cuántos de los que lo mantienen, lo activan justo al terminar sus tareas? ¿Cuántos se limitan a apagar el monitor? ¿Cuántos de ustedes no apagan el monitor y, simplemente, se levantan y dejan que el mismo se apague solo tras los minutos de espera? ¿Cuántos de ustedes cambian la configuración de los minutos de inactividad que deben de pasar para que el ordenador se ponga en reposo? ¿Cuántos de ustedes lo hacen con el monitor? ¿Cuántos lectores hacen eso en casa? ¿Cuántos en el trabajo? ¿Cuántos en ambos sitios?

En la oficina, ¿cuántos de ustedes dejan el ordenador encendido, en reposo o hibernado, al terminar la jornada laboral, sin necesidad de hacerlo para el teletrabajo? ¿Cuántos de ustedes lo dejan encendido, en reposo, hibernando o de cañas, durante el fin de semana? ¿Y durante las vacaciones?

En tanto a ordenadores portátiles, ¿cuántos lectores lo apagan, en vez de limitarse a bajar la pantalla? ¿Cuántos lo dejan con la pantalla subida, conectado a la corriente? ¿Cuántos de ustedes apagan el teléfono móvil por la noche y lo vuelven a encender por la mañana? ¿Cuántos hacen lo mismo con el resto de dispositivos digitales –tabletas, lectores…?

Volviendo a la oficina, ¿cuántos lectores se olvidan de apagar las luces del despacho cuando salen, ya sea a desayunar o a cualquier cosa? ¿Cuántos apagan el aire acondicionado o la calefacción? ¿Cuántos lectores se molestan en apagar los aparatos de climatización, que se encienden automáticamente, en aquellos despachos en los que no hay nadie?

Ya en casa, ¿cuántos lectores mantienen las luces encendidas en habitaciones vacías? ¿Cuántos mantienen aparatos como TV, receptores –de satélite, de TV de pago externos al router, etc.–, equipos de música… conectados a la corriente en modo stand by? ¿Cuántos se molestan en enchufarlos a una regleta y la desconectan cuando no los usan? ¿Cuántos lectores se olvidan de apagar el ventilador o el aparato de climatización –y las luces– del salón o comedor, mientras están en la cocina o en el despacho?

¿Cuántos lectores se han preocupado de instalar bombillas con control remoto, para que en activar un pulsador que conecta cuatro bombillas en un salón grande, poder apagar las que no se necesiten porque estamos en la butaca de la esquina? ¿Cuántos lectores han sustituido las bombillas de bajo consumo por bombillas LED?

Y ya para terminar, ¿cuántos de los que hacen alguna de estas prácticas han comparado las facturas eléctricas de ahora a uno, dos o cinco años atrás, y no ven cambios sustanciales en los importes que pagan? ¿Qué es, el ahorro energético, en realidad?

Lo woke es sueño, y los sueños, sueños son

Leía en El Mundo –creo que el 17 de agosto– esta noticia sobre planificación familiar en China, comparando la situación en 1979 y ahora, en 2022. En ella, se comenta que el gobierno chino va a revisar las políticas abortistas, que ahora son bastante permisivas. ¿Que por qué se van a revisar? Pues para frenar una recesión demográfica importante. Es decir, por necesidad, que fue la misma razón por las cuales se implantaron esas mismas políticas, hace más de cuarenta años.

Desde hace días que mi esposa, un amigo común –sí, es Javi, al que conoceran de otros artículos– y yo mantenemos una conversación sobre ciertos temas que tienen un aspecto en común: «lo woke». Nosotros dos, que cancelamos nuestras sendas cuentas en Twitter en otoño de 2019 –aunque recientemente yo he vuelto a las andadas–, escuchamos por primera vez el término a final de invierno de este año 2022, y lo hicimos a través de un podcast.

La ventaja de volver al mundo de las redes sociales tras estar casi tres años desconectado –no uso Instagram ni Facebook–, es que se puede apreciar mucho mejor el salto cualitativo a peor. Uno de los ejemplos es esto de «lo woke», que cuando lo ves desde fuera, te das cuenta de que es poco más que un fenómeno nacido en redes sociales de América del Norte, y que nos llega aquí con retraso.

Como tampoco tengo mucha idea, ni puñetera falta que nos hace, sobre que es woke y que no lo es, ni de los grados de wokeidad, considero que uno de los últimos ejemplos del sinsentido es el tema del aborto. La sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos de América –fuck yeah!–, la famosa «Roe v. Wade», causó un revuelo enorme, no solo en el país afectado, sino en el resto del mundo occidental. Incluso se hicieron reportajes sobre la involución democrática.

Me gustará ver cuál es la reacción del mismo mundo occidental cuando China cancele ese mismo derecho a los, aproximadamente, 700 millones de mujeres del país. Porque esto sí que será la supresión de un derecho, y no lo que pasó en América –fuck yeah!–.

Personalmente, dudo que haya reacción alguna. Y eso me genera algunos pensamientos. El primero, sería la confirmación que toda la crispación del awokeing –que no awokening, y mucho menos la forma correcta awakening–, es decir, la pretendida toma de conciencia por los problemas del mundo, es, simple y llanamente, uno de los problemas del primer mundo, donde primer mundo es Estados Unidos de América –fuck yeah!– y poco más.

El segundo es que todo este tema va ligado a lo de las batallas o cruzadas culturales, pero son batallas y cruzadas norteamericanas, que a su vez van ligadas a las peculiaridades de la sociedad norteamericana. Y esa sociedad es una sociedad con bastantes idas de olla internas, que  han degenerado hasta las locuras que vemos hoy por causa de una mala definición de la identidad. En resumen, que el concepto de batalla cultural es un nuevo producto del capitalismo financiero yankee, que en Europa no dudamos en comprar. Porque rebelarse vende —gran libro, léanlo si pueden—.

El tercero, y uno de los más importantes, es que resulta que en nuestro planeta coexisten diferentes civilizaciones al mismo tiempo. Esta perogrullada de nivel colosal sí que podría ser un bonito despertar para todos aquellos que no hacen más que repetir la vacuidad de «o $ponga_aquí_su_preferencia o barbarie». ¿Cuál civilización? La suya, claro, porque es la buena.

A ver si, al final, de lo que se trata es de estar despierto para poder ver la realidad, pero la de verdad, no la de aquellos que inventan un refrigerador de agua por Bluetooth, cuando existen las neveras. O mejor aún, los botijos.

Ah… ¿Que por qué ando poniendo Fuck yeah! cada vez que escribo América? Pregunten a Matt Damon. Y vean la película.

La sordera (y la ceguera) castellanas (II)

Decía por aquí hace unos días, citando a Unamuno y a Cervantes, que la sordera castellana hace que los castellanos sean impermeables a ciertos sonidos –y esto es literal, prueben con la equis–. Esta metáfora la podemos ver en los círculos políticos de la capital, que aún se cree Villa y Corte del imperio.

Madrid, históricamente castellana por extensión –por mucho que en los antiguos mapas aparezca en la Mancha, la corte es castellana desde hace quinientos años, recuerden la bandera nacional hasta 1931–, fue Villa, Corte y Metrópolis, por donde pasaba todo. Como buen Estado centralista de la época, todas las decisiones se tomaban desde ahí, sin apenas tener en cuenta ningún interés diferente al del poder político de la Metrópolis.

Eso se terminó en 1898. El sentimiento por el cual todo tiene que pasar por Madrid, sin tener en cuenta el resto, sigue firme, sobre todo en ciertos círculos políticos. Estos incluyen la mayoría de la prensa nacional, como demuestra la columna que se adjunta. Dicho texto es un nuevo ejemplo de la guerrilla contra el que, posiblemente, sea el nuevo Presidente del Gobierno. El tema es que la guerrilla se libra tanto desde la prensa como desde el partido del Gobierno.

El poder que aún se ve metropolitano no comprende, por esa sordera y cegueras castellanas heredadas, que el presidenciable del Partido Popular busque consensos en la periferia. ¿Por qué habría que hacerlo? ¿No estamos en España? ¿No se gestiona todo desde Madrid? Pues miren, señores y señoras de la prensa, sí, estamos en España. Pero Madrid, aunque lo pretenda, ya no es Villa y Corte con lo que conlleva. Es la capital administrativa –y una gran ciudad–, y ya.

Es urgente que los círculos políticos de Madrid, que aún creen que viven en el siglo XIX, maduren. No lo hicieron en 1899, y de aquellos polvos vinieron aquellos lodos, que sedimentaron hasta 1936. Y de ese delta y en ese lodazal, brotó la sublevación de un grupo de militares sitos, precisamente, en las últimas posesiones coloniales. ¿Es casualidad que el alzamiento se iniciara en la colonia, por parte de militares que habían participado en las últimas guerras coloniales, fuera en Cuba, en Melilla, en Marruecos o en el Rif? ¿Lo es, también, que algunos de ellos hubieran nacido en las colonias? Goded (Puerto Rico, hijo de un oficial de artillería), Cabanellas (participa en la guerra de Cuba), Queipo de Llano (ídem), Sanjurjo (ídem), Fanjul (ídem), Mola (nace en Cuba, sirve en la guerra del Rif)…

Ojo, que no estoy diciendo que los círculos políticos quieran hacer, de nuevo, un alzamiento militar o una dictadura. Digo que creen en un centralismo férreo por el cual la periferia, desde Algeciras al Ferrol y desde Badajoz a Barcelona, no pinta nada. Y por esto atacan a Alberto Núñez Feijóo.

Feijóo, que viene del Gobierno autonómico de Galicia, sabe perfectamente el peso de las autonomías –llámensele también regiones–, y que en cualquier sistema, es mucho mejor liderar con ayuda de la persuasión, que no por “ordeno y mando” –o por decreto–, como el Presidente actual, al que tanto se le afea el “cesarismo” desde la misma prensa que ahora se queja de lo contrario.

Hay que decirlo: el futuro de España pasa por las regiones. Ese debate habrá que empezarlo algún día, pero antes hay que superar del todo el centralismo decimonónico castellano. Como decía Maragall en 1902 –¡fíjense en la fecha!–, “Castilla ha concluido su misión directora y ha de pasar su cetro a otras manos.” Y eso no tiene que implicar, para nada, la destrucción de España. Es más, quizá esa cesión sea la única forma de fortalecerla.